jueves, 30 de noviembre de 2017

De las recompensas de ser docente

- Con permiso, profe, ¿se puede?

     En la puerta del aula 232 estaba una muchacha a quien yo no conocía.

- Permiso, muchachos. - me dirigí al salón de clases - Adelante, ¿en que te puedo servir?

- Profe, vengo a darle una información...

El instinto hizo que me sentara.

- Es para que avise a los profesores del Departamento que Pretty no va a venir a clases porque ayer tuvo un accidente... Iba para la playa y su carro se estrelló contra otro. Está en terapia intensiva...

     Me sentí invadida por el dolor y no supe, no quise, evitar las lágrimas. La muchacha se sorprendió de mi reacción, al parecer, suponía que al jefe del Departamento de Traducción e Interpretación le interesaba más la asistencia a clases que la persona, tal vez esperaba que un jefe considerara a los estudiantes como un número en una larga lista, pero se topó conmigo, un especimen bastante raro.
     Pretty estaba entre la vida y la muerte... ¡Dios mío, devuélvela a la vida, es una niña bella, brillante. Bendícela! Es que esa muchacha, aunque ya no estaba en mis cursos, era una de las hijas que me ha regalado la vida.

     Entonces era el primer día de clases de Terminología y al salón entró una muchacha sonreída, delgadita, vestida al estilo hippie, con unos rulos muy rebeldes y muy largos. Sonreí para mis adentros porque mi esposo se arroga el mérito de haberme rescatado de ser una artesana que vendiera pulseras y collares de cuero y piedras semipreciosas. Es que cuando me conoció, yo prefería vestirme con ropa hindú, usar shalwar kamiz o faldas muy anchas y largas al pie, usaba el cabello largo y cargaba pulseras en mis brazos, anillos en los dedos y collares de piedras semipreciosas o de madera de sándalo... No llegué a usar el brillante que soñaba en la aleta derecha de la nariz por cobarde. En fin, esa niña trajo a mi memoria a la Tatiana que vive en el rinconcito luminoso de mi corazón y que se sigue manifestando en las pulseras, los collares y los zarcillos, amén de las acciones.
     Sus ganas de vivir la trajeron de vuelta a la vida y a la Universidad. Todavía recuerdo el abrazo inmenso que nos regalamos cuando nos encontramos en el piso 2 del edificio de la Escuela. Ella era la misma y otra a la vez, ahora tenía el cabello corto. 
    
     Pasó el tiempo y Pretty se graduó de traductora e intérprete, se fue a hacer el posgrado fuera del país.
     Una vez, paseando por una red social, ví fotos de su grado. Allí estaba una mujer de cabello corto, que lucía un bello vestido, parecía de seda. La delataban la sonrisa y el brillo de los ojos. Usé el mismo medio para felicitarla y preguntarle por la niña de los rulos.
     La universidad en la que culminó su maestría la invitó a que se quedara trabajando allí; entonces se convirtió en docente investigadora de una de las más prestigiosas universidades de América Latina.
     Seguimos en contacto. Ahora somos amigas, cercanas y queridas.
     Hace poco tiempo vi en la red social por la que nos comunicamos, que ella había colgado la foto de un cartel en el que invitaban a participar en un coloquio internacional de traducción e interpertación organizado por la universidad en la que ella trabaja. En el afiche se anunciaba, junto a otras dos más, una ponencia muy interesante sobre el rol del intérprete  en conflictos internacionales, ponente: Pretty. Busqué la fecha en que debía ocurrir el evento y descubrí que había sido ese mismo día en la mañana.
     Le escribí para felicitarla y le comenté que me hubiera gustado muchísimo haber estado entre los asistentes para escucharla y aplaudirla. ¡Cuánto orgullo por mi muchacha!
     Su respuesta fue: "¡Gracias, Tatiana, mil gracias! Estuviste conmigo porque yo pensé en tí, recordé tus clases."

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