Hoy es 8 de marzo de 2019. Son las
nueve de la mañana y el día no tendría nada de particular si no fuera porque
ayer a las cinco de la tarde se fue la luz en mi casa y todavía no ha llegado. 14 horas sin servicio
eléctrico.
En Venezuela decir que se fue la
luz, no es noticia, aunque, al menos en
Caracas y sus alrededores, hasta el día de ayer, era apenas un percance porque
el gobierno central necesita tener electricidad 24 horas al día cada día, así
que, si la luz falla, se hacen esfuerzos denodados por restablecer el servicio
lo más pronto posible.
Claro que decir un percance es una
exageración injustificable porque por fallas de tres o cuatro hora han muerto
decenas de personas en quirófano o en terapia intensiva; innumerables
ciudadanos han tenido que llegar caminando a sus casas, corriendo todos los
peligros, o francamente enfrentándolos, convirtiéndose de esa manera en
víctimas. Pero digo “apenas un percance” porque ayer todo fue diferente y
porque en el interior del país hay sitios en los que viven sin electricidad
días y días.
La luz comenzó a faltar a las 4:00 pm.
A las 5:00 ya toda la ciudad estaba sin servicio eléctrico. Con la luz se
fueron también el agua, Internet, los servicios de telefonía móvil y absolutamente
todo lo que depende del fluído eléctrico para funcionar. De la telefonía fija
no hablo porque, en el sector donde vivo, se fue sin
retorno hace casi un año . En Guarenas quedamos
oficialmente incomunicados, aislados.
A las siete de la noche me instalé en
la ventana de la sala. Frente a mí veía cómo un manto negro, líquido, ocupaba
todo los espacios. Las luces de los carros se deslizaban lentas sobre el
asfalto. Había luces amarillas de los que venían y luces rojas de los que iban.
Frente a mi casa yo adivinaba los cerros que cada noche nos hacen la ilusión de
un pesebre gigantesco lleno de bombillitos blancos y amarillos. Pero esta noche
no se ve ni la luz amarillenta de las velas. Me detengo un segundo y recuerdo
que en las tiendas no se consiguen velas y donde las hay, los precios son de
vértigo. Nadie compra velas. Eso era antes que yo compraba y tenía en
casa velas de colores, aromáticas… Antes… ¿Qué quiere decir antes? ¿Cuánto
tiempo es antes? A veces siento que he vivido varias vidas simultáneas en este
período macabro, en esta vida mía.
Sobre Guarenas solo el manto negro,
líquido, esparciéndose y volviéndose cada vez más oscuro porque cada vez pasan
menos carros que con sus luces hagan conos de claridad.
Los pensamientos se atropellan en la
mente. Pienso en la gente que no ha llegado a casa y vive en ese inmenso
pesebre tenebroso, en los familiares del que está en terapia intensiva, en el
chofer que se quedó sin poder echar gasolina en la estación de servicio, de El Cercado, en el
que se quedó sin poder cancelar la factura en el supermercado, o se quedó
atrapado dentro de un ascensor…
Mi nieta salta. Dice que a ella no se
le acaba la batería. Después dice que salta para espantar el sueño. Le pide a
su tía que le preste el DS que todavía tiene algo de batería. Hará algún juego
virtual que le sirva de refugio para espantar el fastidio. Igual la batería de
Sophia va en descenso y se queda dormida sobre el sofá.
A las nueve solo mi esposo y yo
seguimos pegados a la ventana, rompiendo el silencio para decir cosas como: “Lo
peor es la incertidumbre…”, “Ésto debe ser en todo el país…”, “¡Qué vaina…!”
Hoy es ocho de marzo y seguimos sin
electricidad, sin agua, sin servicio telefónico. Menos mal que hay gas y algo
para cocinar. También tengo fósforos. ¡Menos mal que los compré! ¡A precio de
lingotitos de oro, pero los compré!
Desde hace 57 años, los 8 de marzo
empiezan para mí deseándole a Iván ¡Feliz cumpleaños! Que la vida nos permita
seguir disfrutándonos por mucho tiempo y que la nueva vuelta alrededor del sol
venga llena de alegrías y éxitos personales para él, que si se cae, sepa
ponerse de pie y comprender porqué se cayó, sacudirse el polvo y seguir
adelante. ¡Feliz cumple, hermano! Hoy no escucharás mi voz, pero mis bendiciones
y buena vibra llegarán hasta ti. ¡Seguro!
En su cuarto, mi hija conectó su
celular a un cubito negro que le permite comunicarse para enterarse de lo que
está ocurriendo, para trabajar contándole al mundo, y a nosotros, lo que pasa.
Y lo que pasa es grave. Muy grave.
El apagón es en todo el país. Venezuela
entera está a oscuras. El gobierno militarizó El Guri, la principal central hidroeléctrica del país donde debe haber ocurrido la falla. Los vuelos
internacionales están suspendidos, a los aviones que están por llegar, los
devuelven mientras que los que están por salir, quedan retenidos. El colapso en
los hospitales es total y absoluto. ¿Cuánta gente habrá muerto en terapia
intensiva después de 15 horas sin servicio eléctrico? ¿Cuántos bebitos no
habrán podido nacer vivos? ¿Y cuántos infartados no habrán sido atendidos?
¿Cuántos ACV sin respuesta?
No siento miedo ni angustia. Que yo
diga eso, es una curiosidad, pero es así. Estoy tranquila. Una voz dentro de mí
repite hasta hacerme sonreír que vamos bien. Vamos bien aunque estemos muy
jodidos.
Son las 6:59 de la tarde, es decir, de
la noche. Sigue siendo 8 de marzo y llevamos 27 horas sin luz, sin agua, sin
telefonía.
Mi nevera está completamente
descongelada. Despide un olor desagradable. Frank dice que es el gas
refrigerante. Debe ser, pero es horrible. El agua ha absorbido ese olor y sabe
horrible. ¿Para qué meto el agua en la nevera? Cociné el pollo que quedaba. Era
tan grande que va a alcanzar para más de una comida. Sancoché la pechuga
completa para hacer una ensalada mañana. La guarde en una bolsita con cierre
mágico y la metí en el freezer. Espero que la conserve aunque sea por
costumbre, porque por congelación no lo hará.
¡Es tan incompetente este gobierno!
Andre nos informa que en la mañana de
hoy ya habíamos batido record Guiness por ser el país completamente
electrificado que se queda sin servicio eléctrico por tanto tiempo. Batimos
otro récord también, un poco más modesto, pero record al fin: la caída más
estrepitosa de Internet en el continente americano.
El manto líquido, luctuoso, está
volviendo a llenar cada intersticio de Guarenas.
En casa nos estamos alumbrando con
velas que hoy hice con los restos de cera de anoche. Hace tiempo descubrí cómo
fabricarlas usando pabilo y pedacitos secos de velas usadas. Descubrí que me
gusta hacer velas. ¡He aprendido tantas cosas durante este desgraciado tiempo!
Los carros van y vienen. Parece que
todo sigue igual. Ya no sé. ¡Es tal el aislamiento! Quiero creer que el final
de esta pesadilla está cada vez más cerca. ¡Tiene que estar!
Desde la ventana veo puntitos naranja
sobre el manto negro. Al parecer, los vecinos de la montaña de enfrente
compraron velas hoy. O las hicieron, como yo.
Sophia, de rodillas detrás de la mesita
de madera, juega a “Sophia noticias” e informa que por culpa del gobierno no
hay luz. Dice que su señora madre sufrió una caída y tiene un morado en la
pierna. Nos informa que va a un corte comercial y pronto volverá con más
informaciones.
Hoy ya es 9 de marzo. Empecé a escribir
hace dos días y esta historia aún no termina. La luz llegó a las 0:38. Seguimos
sin servicio de telefonía móvil. Mi celular nos sirve para ver la hora y, por
la noche, lo usamos como linterna. Es decir, seguimos sin poder comunicarnos.
Quiero llamar a mi mamá y no puedo. Si ella pudiera llamarme, tampoco podría
comunicarse. ¿Cómo estarán? Quisiera saber de mi suegra querida; tampoco hay
manera. Pienso en Lesi, en Iván, en Guaica, mis hermanos-primos que viven fuera
del país y deben estar angustiados por nosotros. Pienso en Liza, mi hermana de
la vida que muchas veces ha hecho de diario. ¡Coño! Ya el nudo en la garganta
se empieza a instalar, pero no voy a llorar. Последный бой, он трудный самый! Así cantaban
los rusos en la segunda guerra mundial que para ellos se convirtió en la gran
guerra patria: ¡la última batalla es la más difícil! Hay que darla, Tata, ¡sí
se puede!
A las 11:08 de la mañana se volvió a ir la luz y, por
consiguiente, el agua.
Es la 1:00 de la tarde y seguimos sin
luz y sin agua.
Mi esposo y mi hija salieron temprano a
ver si compraban algo de comida porque en el gabinete solo hay un kilo de
caraotas, uno de arroz, medio kilo de pasta, sal y un poquitico de azúcar. En
la nevera hay jarras con agua y hojas de chaya para hacer infusiones de salud.¿Cómo
estará Ismenia? Vive tan cerca y tan lejos.
Mi hija y mi esposo llegan con las
manos vacías. Misión imposible tratar de comprar algo porque en la zona
comercial de Guarenas no ha llegado la luz ni por un instante desde la tarde
del jueves 7. Frank y Andre cuentan que en Menca anoche hubo protestas. Que las
calles están llenas de restos de cauchos quemados, algunos aún humeantes. Hay
vidrios y palos por todas partes.
Comeremos caraotas con arroz. Al menos hay sal
y tenemos agua para cocinar. Descubrí que al lado de la chaya hay una bolsita
cilantro. ¡Bien! A las caraotas les queda muy bien el cilantro, así que
quedarán sabrosas. De desayuno hice croquetas de arroz, las bauticé con ese
nombre porque creo en el sentido mágico de las palabras. En realidad es arroz
cocido con algo de sal hasta convertirse en masa y vuelto pelotitas que luego
se fríen.
El país entero sigue a oscuras. Son las
ocho de la noche del 9 de marzo. 52 horas sin electricidad. Menos mal que
tenemos nuestra propia reportera. Andre sigue haciendo malabares para trabajar.
Con el alumbrón que hubo, cargó el teléfono y el cubito negro. Ninguna voz del
gobierno ha dicho pío. Oficialmente no pasa nada. Así de aislados estamos.
Pegados de la ventana, Frank y yo vemos tres
inmensos candeleros. Por la ubicación deducimos que uno es en Las Clavellinas,
un barrio antiguo y grandísimo, que queda en la montaña enfrente de mi
casa. El otro está más cerca, al borde
de la autopista Gran Mariscal de Ayacucho, hacia nuestra izquierda. Suponemos
que es Barrio Zulia el que protesta.
También en la montaña de enfrente, justo frente a nuestra ventana,
empieza a verse el humo azulado de una fogata más pequeña. Eso es en Pueblo
Arriba. Podríamos asegurar que es en la Plaza Bolívar porque vemos la
torre de la Catedral. La
gente de esa zona hace poco trató de incendiar la Alcaldía por falta de
agua. Chamuscaron la puerta. Una puerta hermosa y grande, hecha de una madera
noble. La alcaldía funciona en una casa colonial adosada a la Plaza Bolívar. La gente no se
detuvo a pensar en detalles como el patrimonio cultural tangible. Más de tres
semanas sin agua obnubilan el pensamiento de cualquiera. El fuego viene de esa
zona.
Igual que la zona comercial de
Guarenas, estos barrios tampoco tienen electricidad desde el jueves 7. Bueno,
esa es mi conclusión porque no hemos visto ni un bombillo encendido en la noche.
Como en un acto de máximo sadismo, se
escuchan dos músicas a volumen muy alto. ¿Quién carajos puede querer escuchar
música y atormentar a los demás en una noche como ésta? Pero además, ¿cómo
funciona un equipo de sonido si no hay electricidad?
Una de las fuentes de la música está en
el estacionamiento del conjunto residencial donde vivimos. Los protagonistas
son los jugadores de dominó. Armaron su tarantín en medio del estacionamiento,
se alumbran con los faros de dos carros y de uno de ellos se escucha un grupete
que toca salsa de ranchito, como yo la llamo, y me perdonan el prejuicio, pero
es que esa derivación salsera que se denomina “salsa erótica”, en mi muy
sesgada opinión, carece de calidad musical y calidad poética. Los jugadores y
los mirones de palo se divierten en voz alta, beben licor, se ríen, ¿de qué se
ríen? ¿Alguien recuerda aquella canción de protesta setentosa que decía:
De mi ventana se ve la plaza
Villa Miseria
no está visible
tienen sus
hijos ojos de mando
pero otros
tienen mirada triste
Aquí en la
calle sus hombres matan
y los que
mueren son gente humilde
y los que
quedan llorando rabia
seguro piensan
en el desquite.
Por eso digo,
señor ministro
¿De qué se
ríe? ¿De qué se ríe?
De alguna otra parte, no tan cercana,
llega algo peor: reguetón. Si hay algo peor que salsa de ranchito es ese ruido
vulgar que se llama reguetón. El contraste con la oscuridad, el hambre y la
incertidumbre que nos embarga es simplemente brutal.
Supongo que si Maduro baila salsa en
cadena nacional cada vez que en el país está pasando algo horrible, la línea
que deben haber bajado es que mantengan “la alegría” porque “somos un pueblo
victorioso”, que suene la música como sea. Al gobierno le encanta hacer las
cosas “como sea”. Cuando hay elecciones repiten para quien quiera oírlo que
ganarán como sea. Y así ganan: como sea.
Pienso en El Valle, en mi mamá, en mi
hermana. ¿Cómo estarán? Mi hermana se aterra cuando la gente hace cacerolazos. Mi mamá ve las cosas con la filosofía y serenidad que le deben haber
dado los casi 90 años que tiene.
Que no haya electricidad, agua, ni
teléfono al mismo tiempo es lo peor que nos ha tocado.
Ladran unos perros. En mi casa la
escasez de agua se hace sentir en el fétido olor que nos llega desde el baño a
pesar de la puerta cerrada.
Es tarde. Hace frío. Hay brisa fuerte.
No sé si tengo sueño. Creo que no. Me siento a escribir. Escribo a mano, con
lápiz, adivinando las líneas. Busco una vela para alumbrar el cuaderno. Mejor.
Pienso que así se escribieron maravillas de la literatura, ¿porqué yo no puedo
escribir así? Es una pretenciosura de mi parte, pero me hace sonreír. Escribo. ¡Cuánto
disfruto escribir a mano!
Fuego, humo. Recuerdo a Chávez
amenazando en cadena nacional: “Candelita que se prende, candelita que se
apaga.” ¿Tendrán suficiente agua a esta hora? ¿Podrá la música absurda tapar la
rabia de la gente?
El domingo 10 de marzo empezó para
nosotros a las 0:38 de la madrugada porque ¡llegó la luz! Corro a la ventana y
veo que la luz no llegó en toda Guarenas, solo en algunas partes, solo en muy
pocas partes. Pueblo Arriba, Menca, Oropeza, Ciudad Belén, Barrio Zulia y el
largo etcétera que queda cerca, entre o por ahí, siguen cubiertos con el manto
oscurísimo.
¡Qué desgracia! La ineficiencia y la
maldad, la destrucción masiva que han logrado en estos 20 años no tiene nombre
ni perdón. Hay que recordar cada cosa, cada instante, por feo, sucio, doloroso,
vergonzante que sea. Hay que recordarlo, transmitirlo de generación en
generación porque hay que educar a los que vendrán para que nunca más se
repitan estas desgracias, para que rompamos de una vez por todas con la infeliz
costumbre del enganche emocional con los líderes advenedizos, carismáticos,
encantadores de serpientes, pero sobre todo, militares. ¡Nunca más un militar
ejerciendo un cargo civil!
Apenas sale el sol, Frank y Andreína
emprenden la travesía a ver si consiguen algo. Ya casi no queda nada. Seguimos
con luz y yo cocino un arroz hasta que se vuelve chicha, le echo sal y frío
pelotitas que se aplastan. Desayunamos croquetas de arroz. Cuando puedes freír
algo, ese algo se convierte en manjar de dioses.
Hubo suerte. Compraron un kilo de
harina de maíz, hija de padre desconocido, pero ¿a quien le importa la marca en
estos días? ¿Alguien se preocupa por los certificados del ministerio de…? ¿A
quien le toca certificar que algo sea apto para el consumo humano en este país?
Antes, y ese antes no es tan lejano, eran el Ministerio de Sanidad y el
Instituto de Higiene Rafael Rangel, que quedaba en la Ciudad Universitaria
de Caracas. Creo que hoy ni los nombres de esas instituciones
existen tal y como los conocimos, todo ha sido cambiado, trastocado, todo tiene
otro nombre, rimbombante. En fin. La harina llega en una bolsa transparente ¡ojalá funcione!
También trajeron plátanos, medio cartón de huevos, dos cebollas, ají dulce y
tomates. ¡Listo! Con eso tenemos comida y puedo aliñar mejor mis caraotas.
A las diez Frank me propone ir a
visitar a mi mamá. Él pudo ponerle gasolina al carro. Había electricidad en la
estación de servicio y una cola pequeña de 15 ó 20 carros. Así que decidimos
darle una vuelta a la Vieja.
Vamos con las manos vacías. Entraremos,
nos reportaremos y de regreso a casita porque las muchachas se quedan
angustiadas. Andre nos recomienda unas diez veces que nos cuidemos, que no nos
vengamos tarde, que no nos agarre la noche, que la vaina está fea. ¡Coño, mamá
es en serio! Ajá. Ella está más dateada que nosotros. Encerrada en su cuarto
hace magia con el celular y el cubito negro para estar al día, al momento, para
trabajar. Mi hija es periodista. Investiga. Lee. Informa solo cosas verificadas
mil veces. Sabe más de lo que dice. Anda estresada. Le haremos caso.
Apenas tomamos la autopista vemos que
en la estación de servicio “bajando” comienza una cola de carros que se
extiende por casi un kilómetro (me cuidé de observar el tacómetro). Vemos a
muchos choferes empujando el carro ya sin gasolina. Todos intentan “equipar” el
carro. La cola nos retrotrae al momento del paro petrolero en diciembre del
2002. Silencio. La estación de servicio “subiendo” no está trabajando.
Las montañas que rodean la autopista
tienen un color gris, acorde con el sentimiento que nos desborda. La sequía es
muy severa. Hay lugares en los que la candela ha dejado sus huellas negras.
Seguimos subiendo. Llegamos al túnel. Oscuridad absoluta. Todos los carros
llevan encendidas las luces de emergencia para permitir que el que viene atrás
se oriente. Salimos nuevamente al sol. Frank y yo vamos en silencio. Hay muchas
palabras atragantadas, pero como son más o menos las mismas, guardamos
silencio.
Llegamos al Muro de Piedra y allí vemos
otra cola tan larga que nos da dolor y rabia. Empezamos a hablar de eso. La
gente estaba agarrando el agua que fluye generosa y libre de la montaña apresada por el concreto. Cualquier
envase que pueda servir para guardar líquido es bueno. Ese muro de contención
tiene varios tubos por los que permanentemente sale el agua de la montaña. Todo
ese montón de carros venía a abastecerse y nosotros no habíamos visto ese lado
del drama de no tener electricidad porque en nuestro caso simplemente bajamos
hasta el tanque del edificio a una hora determinada y, con ayuda de cuerda y tobo,
llenamos envases para abastecernos. Tenemos la bendición de una micro estación
en el río Curupao que queda a metros de nuestra casa, y la bendición mayor es
que, aunque la bomba no funcione, el agua cae por gravedad al tanque porque la
bomba está ubicada prácticamente en la puerta de nuestros edificios.
Pero Guarenas está seca. Caracas
también está seca. Llegamos a la autopista Francisco Fajardo. Está libre. No
encontramos nada más que nos llame la atención hasta llegar a El Valle.
Apenas tomamos el desvío de la
autopista Valle-Coche, por Longaray, vimos restos de una barricada. “Oh, oh,
aquí hubo peos anoche”. Vemos gente, mucha gente, que camina con envases vacíos
en busca de agua. Llevan botellones de agua potable, envases de refresco,
cavas, tobos. Dos cuadras más adelante vemos la cola-caracol que se extiende
por toda la cuadra entre el Centro Comercial El Valle y una subestación de los
bomberos en la que, dedujimos, la gente tomaba agua. Estaban allí bajo el sol
inclemente del mediodía caraqueño esperando su turno para llenar un envase con
agua y emprender el camino de retorno a casa. ¡Qué espanto! La pobre gente
venía de los edificios y de los cerros. Todos en igualdad de condiciones:
miserables, paupérrimos, rabiosos y ¿qué más podían hacer? Nadie que no esté en
esa situación puede, mejor dicho, tiene derecho a decir qué hay qué hacer y
cómo. Supongo que habrá quien esté feliz porque, finalmente, todos somos
iguales.
Vemos atravesado un tubo gigante, como
de un metro de diámetro que impide el paso por uno de los canales de la calle,
pero ese tubo tiene añales (ese y otros más) tendido a un costado. Aparecieron
ahí cuando llegó la promesa de ampliar el sistema de distribución de agua en la
zona, cuando construyeron varios edificios de la gran misión vivienda
Venezuela, muchos edificios para el lugar y las características de la zona. Sé
que algunos dirán que era necesario construir esas viviendas, pienso igual. El
problema es que no hubo ninguna planificación seria, no se tomaron en cuenta ni
la red de aguas blancas, ni de aguas servidas, ni de servicio telefónico, ni
mucho menos la red eléctrica. Simplemente “como sea” había que construir
edificios para tanta gente sin casa. Aquellas lluvias trajeron estos
pantanales.
Frank esquiva el tubo gigante y seguimos
nuestro camino. Llegamos. En el estacionamiento veo a mi sobrina con un
garrafón vacío. Salgo de prisa del carro, la llamo, nos saludamos y le pregunto
para dónde va. Su respuesta era la obvia:
-
A ver dónde
consigo agua, tía tenemos tres días secos.
-
¡Ay, hija, no me
digas que vas para el centro comercial!
-
Si tía. Ahí
están los bomberos y me dijeron que uno puede agarrar agua.
-
Mi amor, ahí hay
una cola que parece un caracol. Si te vas para allá no sales hoy.
-
¿En serio?
Bueno, voy para el edificio rojo, ahí a lo mejor me pueden llenar esto. Sube.
Yo voy ahorita.
En casa estaban mamá y mi hermana. No
tenían agua ni para beber. Mi hermana había comprado medio saco de naranjas esa
mañana para tener algo líquido que tomar. Al rato llegó Ale con el garrafón
lleno. Al menos podrían hervir esa agua y tendrían algo para tomar.
En ese edificio se había vaciado el
tanque hacía dos días. En Caracas, en el sureste al menos, no estaba llegando
agua. Al drama de la oscuridad, la falta de servicio telefónico, el miedo
porque los electrodomésticos pueden fundirse cada vez que llega la luz, la
comida que se puede dañar por falta de refrigeración, o que ya se dañó, la
angustia por no saber cómo está la gente que aman, se suma también que no hay
agua para beber, preparar comida o lavarse el trasero.
Conversamos un ratico tratando de
aparentar la mayor serenidad. Mi hermana me dio dos kilos de pasta larga, dos
de arroz y uno de caraotas.
-
Agarra chica,
que si te los doy es porque yo tengo. Quédate tranquila. Llévate esta vaina. Ya
me traerás cuando tú tengas.
-
Tía, agarra eso,
para algo yo trabajé bastante. Llévatelo que nosotras tenemos.
Nos abrazamos y nos despedimos.
Cuando llegamos a casa, no había luz y,
por supuesto, no había agua en las tuberías. Mi dolor,
indignación, rabia era tanta… Superada solo por el amor y agradecimiento
profundo e infinito de los que me había abastecido en la casa materna.
Frank me dijo:
-
Mañana nos vamos
al amanecer y le llevamos agua a tu mamá.
La luz volvió a las 11:58 de la noche.
Lunes 11 de marzo. Amanecimos con luz y
con agua en los grifos. Me levanté muy temprano hice arepas (la harina es seca,
rara, pero no sabe mal y se compacta) y huevos fritos. A las nueve salimos con
el carro lleno de agua: dos botellones de 20 litros cada uno, un garrafón de 5
litros lleno de agua hervida y congelada para tomar, no sé cuántas botellas de
refresco y galones de 3, 75 ltrs. Akela quería ir a saludar a su abuela, pero
no cabía en el carro. Se coló Sophi que es “una espina de pescado” y cupo en el
asiento de atrás entre ese perolero.
Sophi estaba en casa porque al que
ocupa el cargo de presidente de la república se le ocurrió “dar libre” el lunes
11: suspendidas clases en todos los niveles educativos y toda actividad
laboral. Se atrevió a llamar a eso “asueto”.
Haciendo un gran esfuerzo uno puede
entender (que no comprender, hay una gran diferencia entre estos dos verbos),
que con semejantes problemas en el país pudiera decretarse flexibilidad en la
asistencia a clases, inamovilidad laboral, qué se yo, pero ¿paralizar
oficialmente el país? Hasta el domingo 10 en la noche no ha habido ninguna
explicación sobre lo que está pasando. El ministro de electricidad (o como
quiera que en este momento se llame el ministerio) no ha dicho esta boca es mía.
El presidente no le ha solicitado dimisión del cargo. Ningún vocero oficial ha
dicho algo que no sea acusar al presidente de los Estados Unidos del “ataque
fascista a nuestro sistema eléctrico, de la clara intención de dar un golpe de
estado, el golpe eléctrico. Un golpe artero porque puso a sufrir a nuestro
pueblo, pero este pueblo es digno y quiere paz. Resistiremos, aquí encontrarán
bla, bla, bla, bla…”
En la autopista Gran Mariscal de
Ayacucho, una cola más larga que la de ayer para echar gasolina. En el Muro de Piedra
una cola más larga que la de ayer para agarrar agua de la montaña y una cola
enfrente donde aparentemente descubrieron otro manantial. La
Cota Mil llena de carros buscando agua en
los manantiales naturales que también corren libres y sin descanso. Caracas
sigue seca y a oscuras.
En El Valle, no solo la misma
cola-caracol en el mismo sitio, sino que nos encontramos una paradoja
asqueante: justo antes de llegar a casa de mi mamá, vemos que un tubo de la
supuesta tubería para ampliar “el sistema de abastecimiento del vital líquido”
se reventó y el agua limpia se pierde calle abajo sin que nadie puede recoger
ni una gota. Corre apurada hacia la alcantarilla más cercana mientras la gente
sigue desesperada por encontrar agua. Eso sí, no hay ni un solo funcionario
tratando de reparar la avería. Supongo que la razón es que el lunes 11 de marzo
de 2019 fue decretado no laborable.
En casa de mamá había llegado un
poquito de agua, pudieron lavar el baño, pero no pudieron recoger nada algo más,
así que nuestros envases llegaron para aliviar en algo la penuria. Aprovecho
para llamar a Iván porque el wi-fi funciona. Hablamos vía WhatsApp. ¡Qué
alegría mutua conversar todos y sabernos bien! Aprovechamos mi teléfono
inteligentísimo para enviar saludos de voz a Lesi y a Guaica contándoles que
estamos bien. Le pido a Mamá que grabe un saludo para cada sobrino porque ellos
siempre están pendientes de ella. Ambos me habían enviado mensajes preocupados
por nosotros. Es que el apagón no solo es nacional, es internacional, porque
todos los que están afuera viven la angustia enorme de no saber la situación de
sus familiares y, peor aún, viven la impotencia de no poder hacer nada para
ayudarlos.
Lo que sigue lo estoy escribiendo el
martes 12 de marzo.
Ayer, lunes 11, llegó la electricidad a
varios sectores de Guarenas. En nuestra casa la luz se volvió a ir al final de
la tarde por una hora. Hoy, martes 12, tenemos electricidad y agua, pero seguimos
sin señal en los celulares.
Anoche como a las 10, haciendo zapping,
descubrimos una cadena nacional. Hablaba el presidente. Le digo a Frank:
-
Ese ser es el
último que yo quisiera ver en mi cama justo antes de dormir, pero creo que
debemos escucharlo.
-
¡Ay, Luguito! –
es su respuesta resignada y deja el televisor encendido.
Empezamos a escuchar justo cuando el
tipo explicaba las razones del apagón nacional. Apelando a recursos discursivos
de compasión hacia su “pueblo víctima del ataque terrorista de Trump y sus
payasos nacionales”, que incluye frases como “juntos todo es posible”, “invito
a todos a estar en unidad para enfrenar el ataque imperial”, “este es el pueblo
de las dificultades”, “este pueblo es digno y no aceptará una guerra, este
pueblo quiere paz”, y otros cliché similares, junto con los consabidos “la
derecha fascista”, “los enemigos del pueblo”; usa un lenguaje corporal que
incluye abrazos a sí mismo queriendo significar abrazo al destinatario, o
brazos que se estiran al frente y unen las manos para indicar precisión, o se
abren desmesuradamente para significar la inmensidad; el tipo trató de explicar
que fueron tres ataques los que recibió “el cerebro de nuestro sistema
eléctrico” porque atacaron certeramente “el cerebro y el corazón del sistema,
allá en Caruachi, porque el cerebro está allá, en Caruachi, en el Guri.”
Trataré de resumir las causas que oficialmente se anunciaron:
1.
Un ataque
cibernético dirigido por Trump. Ese fue un ataque directo al cerebro, allá en
Caruachi, con el que se interrumpió el sistema de transmisión y control a todo
el país.
2.
Un ataque de computadoras
y ahí se nos pusieron negros todos los monitores. Se borraron los mapas, no
veíamos nada. El único país que tiene tecnología para hacer eso son los Estados
Unidos. Más nadie.
3.
Un ataque físico
que consiste en atacar directamente a las estaciones y subestaciones
eléctricas. “Eso explica los incendios y explosiones en sitios como La Ciudadela, aquí mismo en
Baruta, eso lo saben “mis vecinos de Alto Prado y Prados del Este, donde viven
muchos opositores, pero, dense cuenta de quién les está solucionando el
problema, porque nosotros trabajamos para todos, no nos importa que sean
opositores, estamos trabajando para restituir el servicio. Tienen que saber
quién les quitó el servicio y quién se los está devolviendo, ¿ah? Para eso
utilizan a los ’payasos de aquí’”.
Me confieso ignorante supina en asuntos
de generación y transmisión de energía eléctrica, y más aún, en Política, pero
¿en serio eso fue lo que pasó?
Se me ocurre que un sistema eléctrico
sin mantenimiento por décadas en un país en el que no se han construido las
centrales necesarias y acordes al crecimiento vegetativo; un país en el que
solo funciona, según se desprende de los afirmado por el presidente de la
república, la hidroeléctrica del Guri para abastecer de electricidad al país
entero, cuando esa central fue creada por allá, por los años 60 del siglo
pasado, para suministrar servicio eléctrico a las industrias básicas de Guayana
(según cuentan tanto expertos del Colegio de ingenieros de Venezuela, como el
Director de la Escuela
de Ingeniería Eléctrica de la UCV);
en este país, en el que Chávez anunció con fanfarria que se construirían
plantas de energía eólica en Falcón y Zulia, pero en aquellos arenales hoy solo
se ven unos molinillos que giran cuando la brisa los agita; en esas condiciones
¿no estaba cantado un apagón general desde hace mucho tiempo?
Hay lugares del país en los que ni un
alumbrón se ha producido, otros lugares están secos; las pérdidas materiales
son incalculables, desde el tomate que se le echó a perder a mi vecina hasta la
carnicería que perdió todo su stock. No tenemos ni pálida idea de cuándo y cómo
terminará este episodio. Hoy es viernes 15 de marzo. Son las 6:55 de la mañana.
A una semana del descalabro, aún hay muchas zonas sin servicio eléctrico, sin
agua. Vía Twitter, en la madrugada, siguen reportando Táchira, Zulia…
Ayer por fin pude hablar con mi prima
Dinorah que sobrevive en Maracaibo y de quien yo estaba muy pendiente por los
horrores que sabemos que se viven en la ciudad del sol amada, pero que yo no conocía de
primera mano. Transcribo sus palabras.
-
Ay, mi amor,
aquí estamos mal. Parece que nos hubieran bombardeado. Yo estoy sola porque mis
hijos se fueron todos del país. Estoy recién operada de la vista por eso mi
hermano me está acompañando. Casi no tenemos comida ni agua. No se puede
comprar nada porque han saqueado casi todos los negocios, los puntos no sirven,
los bancos no están trabajando, no hay efectivo. Menos mal que la familia de mi
esposo ayer me trajo un diablito y un atún.
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Mija, aquí son
muchos los comerciantes que se han matado porque les han robado sus negocios.
Los únicos negocios que no han saqueado son los de Prieto, ¿vos sabéis? el
gobernador, porque tiene tanquetas en la puerta.
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Uno no puede
comunicarse con nadie. Cantv está como muerto. Menos mal que hoy pudimos hablar
aunque sea por WhatsApp, parece que eso está libre hoy, no sé. Menos mal.
Tampoco podemos visitarnos porque ni los que tienen carro pueden salir porque
no hay gasolina. Uno lo que puede hacer es ir caminando…
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Ay, mi amor,
tenemos que salir de esta gente porque nos están matando de hambre, necesidad y
soledad.
Cierro esta crónica hoy, domingo 17 de marzo.
Todavía hay muchas zonas en el país sin electricidad, sin agua. Aquí mismo, en
Caracas, Terrazas del Club Hípico hasta ayer sábado 16, contaban mucho más de
200 horas sin agua y sin servicio eléctrico. En El Valle la luz se ha vuelto a
ir y ha regresado en períodos cortos. En Guarenas, hay electricidad en casi
todas partes, pero el agua no ha llegado en muchos lugares. También en Guatire
hay muchas zonas sin agua. Supongoque en Caracas es lo mismo y en el resto del país, ni hablar.
Alguien dijo que a Venezuela estaba llegando
la electricidad y que la luz llegaría pronto. Amén.
17 de marzo del 2019.
No sé si lo que sigue es un epílogo.
Que es una desgracia, no tengo dudas. Hoy es viernes 27 de septiembre de 2019.
De marzo a esta fecha ha habido innumerables apagones. Unos más cortos, otros
más largos.Ya es una costumbre que la electricidad falle en varios estados a la vez. De marzo a esta fecha,
un reto trabajar, comunicarse, viajar en metro. Hoy, a eso de
las 12 del día hubo un “parpadeo de la luz”. Nos pusimos alerta, pero no pasó
de ahí para nosotros, pero hay 16 estados sin electricidad. Milagrosamente en
el rincón donde vivo hay luz. Son las
7:27 de la noche y tenemos luz. Guarenas, hasta donde alcanzo a ver, tiene luz,
pero Caracas, por ejemplo, está sin servicio de metro desde el mediodía. Hay
luz, pero la telefonía móvil es un chiste. Mi hija no puede trabajar porque no
hay Internet. ¿Hasta cuándo?
27 de septiembre de 2019