sábado, 28 de diciembre de 2019

Fiorella



Llego a la agencia principal del Banco en El Rosal, Caracas. Miro el reloj: 7:12 de la mañana de aquel día de finales de mayo. Frente a la entrada hay cola. Hay tres colas, para ser exactos. Subo la escalera y veo a un funcionario del banco uniformado con franela roja, un carnet colgando del cuello y una treintena de años de vida. Me acerco a él, le saludo y le digo:
-          Necesito sacar la tarjeta de débito. Soy pensionada y nunca la he tenido. ¿Hay tarjetas aquí?
-          ¿Es de la tercera edad?
-          Saca la cuenta: 1958-2018.
-          Párese en la fila del medio.
-          Gracias.

Pensé que era mi día de suerte porque en la fila del medio había apenas unas 20 personas. En las otras, más de 50. Abrí el bolso, saqué “Mi país inventado” y los lentes. Isabel, acompáñame en esta espera.
Alguno de mis mejores amigos me acompaña siempre: Gabo, María Dueñas, Laura Esquivel, Benedetti, Brian Weiss, Tokareva… Ese día me acompañaba Isabel Allende.
Abrí el libro por donde me indicaba el dibujo en tinta china que me acompaña desde hace… ¿Desde cuándo? Veo la esquina derecha inferior y leo: 80. Desde entonces me acompaña. Toda la vida. Una vez más pienso: “Algún día tendré una casa así, en la montaña.”  Empiezo a leer:
“Una vez oí decir a una famosa escritora afrodescendiente que desde niña se había sentido extraña en su familia y en su pueblo; agregó que eso lo experimentan casi todos los escritores, aunque no se muevan nunca de su ciudad natal. Es condición inherente a este trabajo, aseguró que sin el desasosiego de sentirse diferente no habría necesidad de escribir. La escritura, al fin y al cabo, es un intento de comprender las circunstancias propias y aclarar la confusión de la existencia, inquietudes que no atormentan a la gente normal, solo a los inconformistas crónicos, muchos de los cuales terminan convertidos en escritores después de haber fracasado en otros oficios.”
Me quedé pensando y, cuando iba a garabatear algo al margen, vi un tumulto al principio de la cola en la que yo estaba. Cerré el libro y me acerqué. El de la treintena de años agitaba un paquete de cédulas y decía:
-          Hoy solo se entregarán 10 tarjetas a las personas que entregaron la cédula.
Se dio la vuelta y pretendía entrar al banco. El enjambre de gente lo empezó a perseguir protestando. Me acerco a él y le digo:
-          Yo hablé con usted cuando llegué,  pero no me pidió la cédula. Yo vengo de muy lejos, de Guarenas. Estoy buscando la bendita tarjeta desde hace seis meses y nada. Como le dije, soy pensionada, no hay efectivo, no puedo por tanto disponer de mi pensión cuando la pagan. ¿Qué puedo hacer?
-          Véngase más temprano, señora. Aquí hay gente que llega a las cuatro de la madrugada. Venga mañana, pero temprano.
Una señora del tumulto me gritó:
-          ¡‘Ta bien pues! La sifrina llega tarde y quiere entrar. Yo llegué a las cinco de la mañana. ¡Venga mañana!
Por su aspecto, era alguien con menos recursos que yo, sin embargo, me dolió que alguien en las mismas condiciones en las que yo me encontraba, me insultara en vez de demostrar solidaridad. Otra mujer me preguntó con rabia si yo quería "colearme". Surgió un coro de gente rabiosa que gritaba que viniera más temprano, a pesar de que a ellos tampoco les darían tarjetas de débito. Creo que les facilité una excusa para drenar la frustración.
No sé porqué desde hace tiempo la rabia y la frustración se manifiestan en mí con unas ganas irrefrenables de llorar.
Me falta el aire y salgo de ahí. Pienso que no pertenezco a ese mundo. Maldigo. Pido perdón. Recuerdo que un cura venezolano, hace poco, dijo públicamente que a veces es necesario maldecir. Cruzo la calle. Maldigo al gobierno, a los funcionarios, a la gente. Vuelvo a pedir perdón a mi diosito. Él es mi pana y nos comunicamos siempre. Yo con palabras o silencios, a veces con maldiciones. Él con hechos.
Camino con rabia y tristeza, con dolor. Me digo: “¡Atenta, coño, que vas a cruzar una calle! Возьми себя в руки! Ну ка!”[1]
Llego a Chacaíto y lo que siento, sigue intacto. Decido visitar a mi madre. Primero caminaré, caminaré mucho para drenar la impotencia. En ese estado no puedo visitar a nadie.
Camino rápido desde Chacaíto hacia Sabana Grande. Como si apresurarme me quitara de encima el malestar que sentía. De pronto veo a mi derecha una panadería que ofrece pan andino. “Voy a comprarle uno a la vieja.”
Al mismo tiempo que yo, entra a la panadería una señora con una niña. La niña corre y se para en la cola para pagar justo delante de mí. La señora se detiene detrás de mí y la llama. La niña le responde que su puesto es ahí, y le pide que se mueva ella. Sonrío y le digo a la señora:
-          Ella tiene razón, tu puesto es ese. Ella llegó primero que yo.
La señora me agradece y cambia de lugar.
Observo a la niña. Va de uniforme escolar. Camisa blanca, pantalón azul marino. Cabello rubio recogido en una cola. Es bella. No debe tener más de siete años. Ella se voltea y me dice:
-          Hola, soy Fiorella ¿y tu?
-          Mucho gusto, Fiorella, soy Tatiana. Eres una niña linda, ¿cuántos años tienes?
-          Seis. Io sono italiana.
Me hace mucha gracia su declaración y le respondo:
-          Tu sei italiana! Yo tengo muchos amigos italianos: Pina, Rosalba, Michele, Giovanna…
-          ¡Yo también! Mi papá es italiano y está en Italia. Yo voy para Italia en julio. Allá está mi abuela que se murió y mi tío.
-          Vas para Italia ¡que fino!
La mamá se sentía un poco avergonzada y me dijo:
-          Disculpe, ella es así, hablachenta.
-          Señora, su niña es bella. Dios la guarde y la bendiga siempre.
-          ¡Amén!
Llegó el turno de la señora para pagar. Yo me acerco a Fiorella y sonriendo le digo:
-          ¡Gracias, Fiorella! Yo llegué aquí muy triste. Apareciste tú y me alegraste. ¡Dios te bendiga siempre! Feliz viaje a Italia y pronto regreso. ¡Gracias!
La niña sonríe, creo que sin comprender mi retahíla. A la mamá se le humedecieron los ojos.
Compré un pan relleno de arequipe para mi mamá y salí conmovida y agradeciendo haberme encontrado con Fiorella.
Procuro estar alerta siempre porque el modo que tiene Dios de comunicarse es a través de sus ángeles. Fiorella fue uno de ellos. Me dejó claro que la vida es bella. A lo mejor no como yo quiero, ni cuando quiero, pero la vida es bella.



[1] Es más o menos lo mismo,  pero en ruso.

domingo, 22 de diciembre de 2019

Cuando el lobo de la oscura por fin llegó



Hoy es 8 de marzo de 2019. Son las nueve de la mañana y el día no tendría nada de particular si no fuera porque ayer a las cinco de la tarde se fue la luz en mi casa  y todavía no ha llegado. 14 horas sin servicio eléctrico.
En Venezuela decir que se fue la luz,  no es noticia, aunque, al menos en Caracas y sus alrededores, hasta el día de ayer, era apenas un percance porque el gobierno central necesita tener electricidad 24 horas al día cada día, así que, si la luz falla, se hacen esfuerzos denodados por restablecer el servicio lo más pronto posible.
Claro que decir un percance es una exageración injustificable porque por fallas de tres o cuatro hora han muerto decenas de personas en quirófano o en terapia intensiva; innumerables ciudadanos han tenido que llegar caminando a sus casas, corriendo todos los peligros, o francamente enfrentándolos, convirtiéndose de esa manera en víctimas. Pero digo “apenas un percance” porque ayer todo fue diferente y porque en el interior del país hay sitios en los que viven sin electricidad días y días.
La luz comenzó a faltar a las 4:00 pm. A las 5:00 ya toda la ciudad estaba sin servicio eléctrico. Con la luz se fueron también el agua, Internet, los servicios de telefonía móvil y absolutamente todo lo que depende del fluído eléctrico para funcionar. De la telefonía fija no hablo porque, en el sector donde vivo, se fue sin retorno hace casi un año . En Guarenas quedamos oficialmente incomunicados, aislados.
A las siete de la noche me instalé en la ventana de la sala. Frente a mí veía cómo un manto negro, líquido, ocupaba todo los espacios. Las luces de los carros se deslizaban lentas sobre el asfalto. Había luces amarillas de los que venían y luces rojas de los que iban. Frente a mi casa yo adivinaba los cerros que cada noche nos hacen la ilusión de un pesebre gigantesco lleno de bombillitos blancos y amarillos. Pero esta noche no se ve ni la luz amarillenta de las velas. Me detengo un segundo y recuerdo que en las tiendas no se consiguen velas y donde las hay, los precios son de vértigo. Nadie compra velas. Eso era antes que yo compraba y tenía en casa velas de colores, aromáticas… Antes… ¿Qué quiere decir antes? ¿Cuánto tiempo es antes? A veces siento que he vivido varias vidas simultáneas en este período macabro, en esta vida mía.
Sobre Guarenas solo el manto negro, líquido, esparciéndose y volviéndose cada vez más oscuro porque cada vez pasan menos carros que con sus luces hagan conos de claridad.
Los pensamientos se atropellan en la mente. Pienso en la gente que no ha llegado a casa y vive en ese inmenso pesebre tenebroso, en los familiares del que está en terapia intensiva, en el chofer que se quedó sin poder echar gasolina en la estación de servicio,  de El Cercado, en el que se quedó sin poder cancelar la factura en el supermercado, o se quedó atrapado dentro de un ascensor…
Mi nieta salta. Dice que a ella no se le acaba la batería. Después dice que salta para espantar el sueño. Le pide a su tía que le preste el DS que todavía tiene algo de batería. Hará algún juego virtual que le sirva de refugio para espantar el fastidio. Igual la batería de Sophia va en descenso y se queda dormida sobre el sofá.
A las nueve solo mi esposo y yo seguimos pegados a la ventana, rompiendo el silencio para decir cosas como: “Lo peor es la incertidumbre…”, “Ésto debe ser en todo el país…”, “¡Qué vaina…!”
Hoy es ocho de marzo y seguimos sin electricidad, sin agua, sin servicio telefónico. Menos mal que hay gas y algo para cocinar. También tengo fósforos. ¡Menos mal que los compré! ¡A precio de lingotitos de oro, pero los compré!
Desde hace 57 años, los 8 de marzo empiezan para mí deseándole a Iván ¡Feliz cumpleaños! Que la vida nos permita seguir disfrutándonos por mucho tiempo y que la nueva vuelta alrededor del sol venga llena de alegrías y éxitos personales para él, que si se cae, sepa ponerse de pie y comprender porqué se cayó, sacudirse el polvo y seguir adelante. ¡Feliz cumple, hermano! Hoy no escucharás mi voz, pero mis bendiciones y buena vibra llegarán hasta ti. ¡Seguro!
En su cuarto, mi hija conectó su celular a un cubito negro que le permite comunicarse para enterarse de lo que está ocurriendo, para trabajar contándole al mundo, y a nosotros, lo que pasa. Y lo que pasa es grave. Muy grave.
El apagón es en todo el país. Venezuela entera está a oscuras. El gobierno militarizó El Guri, la principal central hidroeléctrica del país donde debe haber ocurrido la falla. Los vuelos internacionales están suspendidos, a los aviones que están por llegar, los devuelven mientras que los que están por salir, quedan retenidos. El colapso en los hospitales es total y absoluto. ¿Cuánta gente habrá muerto en terapia intensiva después de 15 horas sin servicio eléctrico? ¿Cuántos bebitos no habrán podido nacer vivos? ¿Y cuántos infartados no habrán sido atendidos? ¿Cuántos ACV sin respuesta?
No siento miedo ni angustia. Que yo diga eso, es una curiosidad, pero es así. Estoy tranquila. Una voz dentro de mí repite hasta hacerme sonreír que vamos bien. Vamos bien aunque estemos muy jodidos.
Son las 6:59 de la tarde, es decir, de la noche. Sigue siendo 8 de marzo y llevamos 27 horas sin luz, sin agua, sin telefonía.
Mi nevera está completamente descongelada. Despide un olor desagradable. Frank dice que es el gas refrigerante. Debe ser, pero es horrible. El agua ha absorbido ese olor y sabe horrible. ¿Para qué meto el agua en la nevera? Cociné el pollo que quedaba. Era tan grande que va a alcanzar para más de una comida. Sancoché la pechuga completa para hacer una ensalada mañana. La guarde en una bolsita con cierre mágico y la metí en el freezer. Espero que la conserve aunque sea por costumbre, porque por congelación no lo hará.
¡Es tan incompetente este gobierno!
Andre nos informa que en la mañana de hoy ya habíamos batido record Guiness por ser el país completamente electrificado que se queda sin servicio eléctrico por tanto tiempo. Batimos otro récord también, un poco más modesto, pero record al fin: la caída más estrepitosa de Internet en el continente americano.
El manto líquido, luctuoso, está volviendo a llenar cada intersticio de Guarenas.
En casa nos estamos alumbrando con velas que hoy hice con los restos de cera de anoche. Hace tiempo descubrí cómo fabricarlas usando pabilo y pedacitos secos de velas usadas. Descubrí que me gusta hacer velas. ¡He aprendido tantas cosas durante este desgraciado tiempo!
Los carros van y vienen. Parece que todo sigue igual. Ya no sé. ¡Es tal el aislamiento! Quiero creer que el final de esta pesadilla está cada vez más cerca. ¡Tiene que estar!
Desde la ventana veo puntitos naranja sobre el manto negro. Al parecer, los vecinos de la montaña de enfrente compraron velas hoy. O las hicieron, como yo.
Sophia, de rodillas detrás de la mesita de madera, juega a “Sophia noticias” e informa que por culpa del gobierno no hay luz. Dice que su señora madre sufrió una caída y tiene un morado en la pierna. Nos informa que va a un corte comercial y pronto volverá con más informaciones.
Hoy ya es 9 de marzo. Empecé a escribir hace dos días y esta historia aún no termina. La luz llegó a las 0:38. Seguimos sin servicio de telefonía móvil. Mi celular nos sirve para ver la hora y, por la noche, lo usamos como linterna. Es decir, seguimos sin poder comunicarnos. Quiero llamar a mi mamá y no puedo. Si ella pudiera llamarme, tampoco podría comunicarse. ¿Cómo estarán? Quisiera saber de mi suegra querida; tampoco hay manera. Pienso en Lesi, en Iván, en Guaica, mis hermanos-primos que viven fuera del país y deben estar angustiados por nosotros. Pienso en Liza, mi hermana de la vida que muchas veces ha hecho de diario. ¡Coño! Ya el nudo en la garganta se empieza a instalar, pero no voy a llorar. Последный бой, он трудный самый! Así cantaban los rusos en la segunda guerra mundial que para ellos se convirtió en la gran guerra patria: ¡la última batalla es la más difícil! Hay que darla, Tata, ¡sí se puede!
A las 11:08  de la mañana se volvió a ir la luz y, por consiguiente, el agua.
Es la 1:00 de la tarde y seguimos sin luz y sin agua.
Mi esposo y mi hija salieron temprano a ver si compraban algo de comida porque en el gabinete solo hay un kilo de caraotas, uno de arroz, medio kilo de pasta, sal y un poquitico de azúcar. En la nevera hay jarras con agua y hojas de chaya para hacer infusiones de salud.¿Cómo estará Ismenia? Vive tan cerca y tan lejos.
Mi hija y mi esposo llegan con las manos vacías. Misión imposible tratar de comprar algo porque en la zona comercial de Guarenas no ha llegado la luz ni por un instante desde la tarde del jueves 7. Frank y Andre cuentan que en Menca anoche hubo protestas. Que las calles están llenas de restos de cauchos quemados, algunos aún humeantes. Hay vidrios y palos por todas partes.
 Comeremos caraotas con arroz. Al menos hay sal y tenemos agua para cocinar. Descubrí que al lado de la chaya hay una bolsita cilantro. ¡Bien! A las caraotas les queda muy bien el cilantro, así que quedarán sabrosas. De desayuno hice croquetas de arroz, las bauticé con ese nombre porque creo en el sentido mágico de las palabras. En realidad es arroz cocido con algo de sal hasta convertirse en masa y vuelto pelotitas que luego se fríen.
El país entero sigue a oscuras. Son las ocho de la noche del 9 de marzo. 52 horas sin electricidad. Menos mal que tenemos nuestra propia reportera. Andre sigue haciendo malabares para trabajar. Con el alumbrón que hubo, cargó el teléfono y el cubito negro. Ninguna voz del gobierno ha dicho pío. Oficialmente no pasa nada. Así de aislados estamos.
Pegados de la ventana, Frank y yo vemos tres inmensos candeleros. Por la ubicación deducimos que uno es en Las Clavellinas, un barrio antiguo y grandísimo, que queda en la montaña enfrente de mi casa.  El otro está más cerca, al borde de la autopista Gran Mariscal de Ayacucho, hacia nuestra izquierda. Suponemos que es Barrio Zulia el que protesta.  También en la montaña de enfrente, justo frente a nuestra ventana, empieza a verse el humo azulado de una fogata más pequeña. Eso es en Pueblo Arriba. Podríamos asegurar que es en la Plaza Bolívar porque vemos la torre de la Catedral. La gente de esa zona hace poco trató de incendiar la Alcaldía por falta de agua. Chamuscaron la puerta. Una puerta hermosa y grande, hecha de una madera noble. La alcaldía funciona en una casa colonial adosada a la Plaza Bolívar. La gente no se detuvo a pensar en detalles como el patrimonio cultural tangible. Más de tres semanas sin agua obnubilan el pensamiento de cualquiera. El fuego viene de esa zona.
Igual que la zona comercial de Guarenas, estos barrios tampoco tienen electricidad desde el jueves 7. Bueno, esa es mi conclusión porque no hemos visto ni un bombillo encendido en la noche.
Como en un acto de máximo sadismo, se escuchan dos músicas a volumen muy alto. ¿Quién carajos puede querer escuchar música y atormentar a los demás en una noche como ésta? Pero además, ¿cómo funciona un equipo de sonido si no hay electricidad?
Una de las fuentes de la música está en el estacionamiento del conjunto residencial donde vivimos. Los protagonistas son los jugadores de dominó. Armaron su tarantín en medio del estacionamiento, se alumbran con los faros de dos carros y de uno de ellos se escucha un grupete que toca salsa de ranchito, como yo la llamo, y me perdonan el prejuicio, pero es que esa derivación salsera que se denomina “salsa erótica”, en mi muy sesgada opinión, carece de calidad musical y calidad poética. Los jugadores y los mirones de palo se divierten en voz alta, beben licor, se ríen, ¿de qué se ríen? ¿Alguien recuerda aquella canción de protesta setentosa que decía:
De mi ventana se ve la plaza
 Villa Miseria no está visible
 tienen sus hijos ojos de mando
 pero otros tienen mirada triste
 Aquí en la calle sus hombres matan
 y los que mueren son gente humilde
 y los que quedan llorando rabia
 seguro piensan en el desquite.
 Por eso digo, señor ministro
 ¿De qué se ríe? ¿De qué se ríe?

De alguna otra parte, no tan cercana, llega algo peor: reguetón. Si hay algo peor que salsa de ranchito es ese ruido vulgar que se llama reguetón. El contraste con la oscuridad, el hambre y la incertidumbre que nos embarga es simplemente brutal.
Supongo que si Maduro baila salsa en cadena nacional cada vez que en el país está pasando algo horrible, la línea que deben haber bajado es que mantengan “la alegría” porque “somos un pueblo victorioso”, que suene la música como sea. Al gobierno le encanta hacer las cosas “como sea”. Cuando hay elecciones repiten para quien quiera oírlo que ganarán como sea. Y así ganan: como sea.
Pienso en El Valle, en mi mamá, en mi hermana. ¿Cómo estarán? Mi hermana se aterra cuando la gente hace cacerolazos. Mi mamá ve las cosas con la filosofía y serenidad que le deben haber dado los casi 90 años que tiene.
Que no haya electricidad, agua, ni teléfono al mismo tiempo es lo peor que nos ha tocado.
Ladran unos perros. En mi casa la escasez de agua se hace sentir en el fétido olor que nos llega desde el baño a pesar de la puerta cerrada.
Es tarde. Hace frío. Hay brisa fuerte. No sé si tengo sueño. Creo que no. Me siento a escribir. Escribo a mano, con lápiz, adivinando las líneas. Busco una vela para alumbrar el cuaderno. Mejor. Pienso que así se escribieron maravillas de la literatura, ¿porqué yo no puedo escribir así? Es una pretenciosura de mi parte, pero me hace sonreír. Escribo. ¡Cuánto disfruto escribir a mano!
Fuego, humo. Recuerdo a Chávez amenazando en cadena nacional: “Candelita que se prende, candelita que se apaga.” ¿Tendrán suficiente agua a esta hora? ¿Podrá la música absurda tapar la rabia de la gente?
El domingo 10 de marzo empezó para nosotros a las 0:38 de la madrugada porque ¡llegó la luz! Corro a la ventana y veo que la luz no llegó en toda Guarenas, solo en algunas partes, solo en muy pocas partes. Pueblo Arriba, Menca, Oropeza, Ciudad Belén, Barrio Zulia y el largo etcétera que queda cerca, entre o por ahí, siguen cubiertos con el manto oscurísimo.
¡Qué desgracia! La ineficiencia y la maldad, la destrucción masiva que han logrado en estos 20 años no tiene nombre ni perdón. Hay que recordar cada cosa, cada instante, por feo, sucio, doloroso, vergonzante que sea. Hay que recordarlo, transmitirlo de generación en generación porque hay que educar a los que vendrán para que nunca más se repitan estas desgracias, para que rompamos de una vez por todas con la infeliz costumbre del enganche emocional con los líderes advenedizos, carismáticos, encantadores de serpientes, pero sobre todo, militares. ¡Nunca más un militar ejerciendo un cargo civil!
Apenas sale el sol, Frank y Andreína emprenden la travesía a ver si consiguen algo. Ya casi no queda nada. Seguimos con luz y yo cocino un arroz hasta que se vuelve chicha, le echo sal y frío pelotitas que se aplastan. Desayunamos croquetas de arroz. Cuando puedes freír algo, ese algo se convierte en manjar de dioses.
Hubo suerte. Compraron un kilo de harina de maíz, hija de padre desconocido, pero ¿a quien le importa la marca en estos días? ¿Alguien se preocupa por los certificados del ministerio de…? ¿A quien le toca certificar que algo sea apto para el consumo humano en este país? Antes, y ese antes no es tan lejano, eran el Ministerio de Sanidad y el Instituto de Higiene Rafael Rangel, que quedaba en la Ciudad Universitaria de Caracas. Creo que hoy ni los nombres de esas instituciones existen tal y como los conocimos, todo ha sido cambiado, trastocado, todo tiene otro nombre, rimbombante. En fin. La harina llega en una bolsa transparente ¡ojalá funcione! También trajeron plátanos, medio cartón de huevos, dos cebollas, ají dulce y tomates. ¡Listo! Con eso tenemos comida y puedo aliñar mejor mis caraotas.
A las diez Frank me propone ir a visitar a mi mamá. Él pudo ponerle gasolina al carro. Había electricidad en la estación de servicio y una cola pequeña de 15 ó 20 carros. Así que decidimos darle una vuelta a la Vieja.
Vamos con las manos vacías. Entraremos, nos reportaremos y de regreso a casita porque las muchachas se quedan angustiadas. Andre nos recomienda unas diez veces que nos cuidemos, que no nos vengamos tarde, que no nos agarre la noche, que la vaina está fea. ¡Coño, mamá es en serio! Ajá. Ella está más dateada que nosotros. Encerrada en su cuarto hace magia con el celular y el cubito negro para estar al día, al momento, para trabajar. Mi hija es periodista. Investiga. Lee. Informa solo cosas verificadas mil veces. Sabe más de lo que dice. Anda estresada. Le haremos caso.
Apenas tomamos la autopista vemos que en la estación de servicio “bajando” comienza una cola de carros que se extiende por casi un kilómetro (me cuidé de observar el tacómetro). Vemos a muchos choferes empujando el carro ya sin gasolina. Todos intentan “equipar” el carro. La cola nos retrotrae al momento del paro petrolero en diciembre del 2002. Silencio. La estación de servicio “subiendo” no está trabajando.
Las montañas que rodean la autopista tienen un color gris, acorde con el sentimiento que nos desborda. La sequía es muy severa. Hay lugares en los que la candela ha dejado sus huellas negras. Seguimos subiendo. Llegamos al túnel. Oscuridad absoluta. Todos los carros llevan encendidas las luces de emergencia para permitir que el que viene atrás se oriente. Salimos nuevamente al sol. Frank y yo vamos en silencio. Hay muchas palabras atragantadas, pero como son más o menos las mismas, guardamos silencio.
Llegamos al Muro de Piedra y allí vemos otra cola tan larga que nos da dolor y rabia. Empezamos a hablar de eso. La gente estaba agarrando el agua que fluye generosa y libre de la  montaña apresada por el concreto. Cualquier envase que pueda servir para guardar líquido es bueno. Ese muro de contención tiene varios tubos por los que permanentemente sale el agua de la montaña. Todo ese montón de carros venía a abastecerse y nosotros no habíamos visto ese lado del drama de no tener electricidad porque en nuestro caso simplemente bajamos hasta el tanque del edificio a una hora determinada y, con ayuda de cuerda y tobo, llenamos envases para abastecernos. Tenemos la bendición de una micro estación en el río Curupao que queda a metros de nuestra casa, y la bendición mayor es que, aunque la bomba no funcione, el agua cae por gravedad al tanque porque la bomba está ubicada prácticamente en la puerta de nuestros edificios.
Pero Guarenas está seca. Caracas también está seca. Llegamos a la autopista Francisco Fajardo. Está libre. No encontramos nada más que nos llame la atención hasta llegar a El Valle.
Apenas tomamos el desvío de la autopista Valle-Coche, por Longaray, vimos restos de una barricada. “Oh, oh, aquí hubo peos anoche”. Vemos gente, mucha gente, que camina con envases vacíos en busca de agua. Llevan botellones de agua potable, envases de refresco, cavas, tobos. Dos cuadras más adelante vemos la cola-caracol que se extiende por toda la cuadra entre el Centro Comercial El Valle y una subestación de los bomberos en la que, dedujimos, la gente tomaba agua. Estaban allí bajo el sol inclemente del mediodía caraqueño esperando su turno para llenar un envase con agua y emprender el camino de retorno a casa. ¡Qué espanto! La pobre gente venía de los edificios y de los cerros. Todos en igualdad de condiciones: miserables, paupérrimos, rabiosos y ¿qué más podían hacer? Nadie que no esté en esa situación puede, mejor dicho, tiene derecho a decir qué hay qué hacer y cómo. Supongo que habrá quien esté feliz porque, finalmente, todos somos iguales.
Vemos atravesado un tubo gigante, como de un metro de diámetro que impide el paso por uno de los canales de la calle, pero ese tubo tiene añales (ese y otros más) tendido a un costado. Aparecieron ahí cuando llegó la promesa de ampliar el sistema de distribución de agua en la zona, cuando construyeron varios edificios de la gran misión vivienda Venezuela, muchos edificios para el lugar y las características de la zona. Sé que algunos dirán que era necesario construir esas viviendas, pienso igual. El problema es que no hubo ninguna planificación seria, no se tomaron en cuenta ni la red de aguas blancas, ni de aguas servidas, ni de servicio telefónico, ni mucho menos la red eléctrica. Simplemente “como sea” había que construir edificios para tanta gente sin casa. Aquellas lluvias trajeron estos pantanales.
Frank esquiva el tubo gigante y seguimos nuestro camino. Llegamos. En el estacionamiento veo a mi sobrina con un garrafón vacío. Salgo de prisa del carro, la llamo, nos saludamos y le pregunto para dónde va. Su respuesta era la obvia:
-          A ver dónde consigo agua, tía tenemos tres días secos.
-          ¡Ay, hija, no me digas que vas para el centro comercial!
-          Si tía. Ahí están los bomberos y me dijeron que uno puede agarrar agua.
-          Mi amor, ahí hay una cola que parece un caracol. Si te vas para allá no sales hoy.
-          ¿En serio? Bueno, voy para el edificio rojo, ahí a lo mejor me pueden llenar esto. Sube. Yo voy ahorita.

En casa estaban mamá y mi hermana. No tenían agua ni para beber. Mi hermana había comprado medio saco de naranjas esa mañana para tener algo líquido que tomar. Al rato llegó Ale con el garrafón lleno. Al menos podrían hervir esa agua y tendrían algo para tomar.
En ese edificio se había vaciado el tanque hacía dos días. En Caracas, en el sureste al menos, no estaba llegando agua. Al drama de la oscuridad, la falta de servicio telefónico, el miedo porque los electrodomésticos pueden fundirse cada vez que llega la luz, la comida que se puede dañar por falta de refrigeración, o que ya se dañó, la angustia por no saber cómo está la gente que aman, se suma también que no hay agua para beber, preparar comida o lavarse el trasero.
Conversamos un ratico tratando de aparentar la mayor serenidad. Mi hermana me dio dos kilos de pasta larga, dos de arroz y uno de caraotas.
-          Agarra chica, que si te los doy es porque yo tengo. Quédate tranquila. Llévate esta vaina. Ya me traerás cuando tú tengas.
-          Tía, agarra eso, para algo yo trabajé bastante. Llévatelo que nosotras tenemos.
Nos abrazamos y nos despedimos.
Cuando llegamos a casa, no había luz y, por supuesto, no había agua en las tuberías. Mi dolor, indignación, rabia era tanta… Superada solo por el amor y agradecimiento profundo e infinito de los que me había abastecido en la casa materna.
Frank me dijo:
-          Mañana nos vamos al amanecer y le llevamos agua a tu mamá.
La luz volvió a las 11:58 de la noche.
Lunes 11 de marzo. Amanecimos con luz y con agua en los grifos. Me levanté muy temprano hice arepas (la harina es seca, rara, pero no sabe mal y se compacta) y huevos fritos. A las nueve salimos con el carro lleno de agua: dos botellones de 20 litros cada uno, un garrafón de 5 litros lleno de agua hervida y congelada para tomar, no sé cuántas botellas de refresco y galones de 3, 75 ltrs. Akela quería ir a saludar a su abuela, pero no cabía en el carro. Se coló Sophi que es “una espina de pescado” y cupo en el asiento de atrás entre ese perolero.
Sophi estaba en casa porque al que ocupa el cargo de presidente de la república se le ocurrió “dar libre” el lunes 11: suspendidas clases en todos los niveles educativos y toda actividad laboral. Se atrevió a llamar a eso “asueto”.
Haciendo un gran esfuerzo uno puede entender (que no comprender, hay una gran diferencia entre estos dos verbos), que con semejantes problemas en el país pudiera decretarse flexibilidad en la asistencia a clases, inamovilidad laboral, qué se yo, pero ¿paralizar oficialmente el país? Hasta el domingo 10 en la noche no ha habido ninguna explicación sobre lo que está pasando. El ministro de electricidad (o como quiera que en este momento se llame el ministerio) no ha dicho esta boca es mía. El presidente no le ha solicitado dimisión del cargo. Ningún vocero oficial ha dicho algo que no sea acusar al presidente de los Estados Unidos del “ataque fascista a nuestro sistema eléctrico, de la clara intención de dar un golpe de estado, el golpe eléctrico. Un golpe artero porque puso a sufrir a nuestro pueblo, pero este pueblo es digno y quiere paz. Resistiremos, aquí encontrarán bla, bla, bla, bla…”
En la autopista Gran Mariscal de Ayacucho, una cola más larga que la de ayer para echar gasolina. En el Muro de Piedra una cola más larga que la de ayer para agarrar agua de la montaña y una cola enfrente donde aparentemente descubrieron otro manantial. La Cota Mil llena de carros buscando agua en los manantiales naturales que también corren libres y sin descanso. Caracas sigue seca y a oscuras.
En El Valle, no solo la misma cola-caracol en el mismo sitio, sino que nos encontramos una paradoja asqueante: justo antes de llegar a casa de mi mamá, vemos que un tubo de la supuesta tubería para ampliar “el sistema de abastecimiento del vital líquido” se reventó y el agua limpia se pierde calle abajo sin que nadie puede recoger ni una gota. Corre apurada hacia la alcantarilla más cercana mientras la gente sigue desesperada por encontrar agua. Eso sí, no hay ni un solo funcionario tratando de reparar la avería. Supongo que la razón es que el lunes 11 de marzo de 2019 fue decretado no laborable.
En casa de mamá había llegado un poquito de agua, pudieron lavar el baño, pero no pudieron recoger nada algo más, así que nuestros envases llegaron para aliviar en algo la penuria. Aprovecho para llamar a Iván porque el wi-fi funciona. Hablamos vía WhatsApp. ¡Qué alegría mutua conversar todos y sabernos bien! Aprovechamos mi teléfono inteligentísimo para enviar saludos de voz a Lesi y a Guaica contándoles que estamos bien. Le pido a Mamá que grabe un saludo para cada sobrino porque ellos siempre están pendientes de ella. Ambos me habían enviado mensajes preocupados por nosotros. Es que el apagón no solo es nacional, es internacional, porque todos los que están afuera viven la angustia enorme de no saber la situación de sus familiares y, peor aún, viven la impotencia de no poder hacer nada para ayudarlos.
Lo que sigue lo estoy escribiendo el martes 12 de marzo.
Ayer, lunes 11, llegó la electricidad a varios sectores de Guarenas. En nuestra casa la luz se volvió a ir al final de la tarde por una hora. Hoy, martes 12, tenemos electricidad y agua, pero seguimos sin señal en los celulares.
Anoche como a las 10, haciendo zapping, descubrimos una cadena nacional. Hablaba el presidente. Le digo a Frank:
-          Ese ser es el último que yo quisiera ver en mi cama justo antes de dormir, pero creo que debemos escucharlo.
-          ¡Ay, Luguito! – es su respuesta resignada y deja el televisor encendido.

Empezamos a escuchar justo cuando el tipo explicaba las razones del apagón nacional. Apelando a recursos discursivos de compasión hacia su “pueblo víctima del ataque terrorista de Trump y sus payasos nacionales”, que incluye frases como “juntos todo es posible”, “invito a todos a estar en unidad para enfrenar el ataque imperial”, “este es el pueblo de las dificultades”, “este pueblo es digno y no aceptará una guerra, este pueblo quiere paz”, y otros cliché similares, junto con los consabidos “la derecha fascista”, “los enemigos del pueblo”; usa un lenguaje corporal que incluye abrazos a sí mismo queriendo significar abrazo al destinatario, o brazos que se estiran al frente y unen las manos para indicar precisión, o se abren desmesuradamente para significar la inmensidad; el tipo trató de explicar que fueron tres ataques los que recibió “el cerebro de nuestro sistema eléctrico” porque atacaron certeramente “el cerebro y el corazón del sistema, allá en Caruachi, porque el cerebro está allá, en Caruachi, en el Guri.” Trataré de resumir las causas que oficialmente se anunciaron:
1.                           Un ataque cibernético dirigido por Trump. Ese fue un ataque directo al cerebro, allá en Caruachi, con el que se interrumpió el sistema de transmisión y control a todo el país.
2.                           Un ataque de computadoras y ahí se nos pusieron negros todos los monitores. Se borraron los mapas, no veíamos nada. El único país que tiene tecnología para hacer eso son los Estados Unidos. Más nadie.
3.                           Un ataque físico que consiste en atacar directamente a las estaciones y subestaciones eléctricas. “Eso explica los incendios y explosiones en sitios como La Ciudadela, aquí mismo en Baruta, eso lo saben “mis vecinos de Alto Prado y Prados del Este, donde viven muchos opositores, pero, dense cuenta de quién les está solucionando el problema, porque nosotros trabajamos para todos, no nos importa que sean opositores, estamos trabajando para restituir el servicio. Tienen que saber quién les quitó el servicio y quién se los está devolviendo, ¿ah? Para eso utilizan a los ’payasos de aquí’”.
Me confieso ignorante supina en asuntos de generación y transmisión de energía eléctrica, y más aún, en Política, pero ¿en serio eso fue lo que pasó?
Se me ocurre que un sistema eléctrico sin mantenimiento por décadas en un país en el que no se han construido las centrales necesarias y acordes al crecimiento vegetativo; un país en el que solo funciona, según se desprende de los afirmado por el presidente de la república, la hidroeléctrica del Guri para abastecer de electricidad al país entero, cuando esa central fue creada por allá, por los años 60 del siglo pasado, para suministrar servicio eléctrico a las industrias básicas de Guayana (según cuentan tanto expertos del Colegio de ingenieros de Venezuela, como el Director de la Escuela de Ingeniería Eléctrica de la UCV); en este país, en el que Chávez anunció con fanfarria que se construirían plantas de energía eólica en Falcón y Zulia, pero en aquellos arenales hoy solo se ven unos molinillos que giran cuando la brisa los agita; en esas condiciones ¿no estaba cantado un apagón general desde hace mucho tiempo?
Hay lugares del país en los que ni un alumbrón se ha producido, otros lugares están secos; las pérdidas materiales son incalculables, desde el tomate que se le echó a perder a mi vecina hasta la carnicería que perdió todo su stock. No tenemos ni pálida idea de cuándo y cómo terminará este episodio. Hoy es viernes 15 de marzo. Son las 6:55 de la mañana. A una semana del descalabro, aún hay muchas zonas sin servicio eléctrico, sin agua. Vía Twitter, en la madrugada, siguen reportando Táchira, Zulia…
Ayer por fin pude hablar con mi prima Dinorah que sobrevive en Maracaibo y de quien yo estaba muy pendiente por los horrores que sabemos que se viven en la ciudad del sol amada, pero que yo no conocía de primera mano. Transcribo sus palabras.
-          Ay, mi amor, aquí estamos mal. Parece que nos hubieran bombardeado. Yo estoy sola porque mis hijos se fueron todos del país. Estoy recién operada de la vista por eso mi hermano me está acompañando. Casi no tenemos comida ni agua. No se puede comprar nada porque han saqueado casi todos los negocios, los puntos no sirven, los bancos no están trabajando, no hay efectivo. Menos mal que la familia de mi esposo ayer me trajo un diablito y un atún.
-          Mija, aquí son muchos los comerciantes que se han matado porque les han robado sus negocios. Los únicos negocios que no han saqueado son los de Prieto, ¿vos sabéis? el gobernador, porque tiene tanquetas en la puerta.
-          Uno no puede comunicarse con nadie. Cantv está como muerto. Menos mal que hoy pudimos hablar aunque sea por WhatsApp, parece que eso está libre hoy, no sé. Menos mal. Tampoco podemos visitarnos porque ni los que tienen carro pueden salir porque no hay gasolina. Uno lo que puede hacer es ir caminando…
-          Ay, mi amor, tenemos que salir de esta gente porque nos están matando de hambre, necesidad y soledad.

Cierro esta crónica hoy, domingo 17 de marzo. Todavía hay muchas zonas en el país sin electricidad, sin agua. Aquí mismo, en Caracas, Terrazas del Club Hípico hasta ayer sábado 16, contaban mucho más de 200 horas sin agua y sin servicio eléctrico. En El Valle la luz se ha vuelto a ir y ha regresado en períodos cortos. En Guarenas, hay electricidad en casi todas partes, pero el agua no ha llegado en muchos lugares. También en Guatire hay muchas zonas sin agua. Supongoque en Caracas es lo mismo y en el resto del país, ni hablar.
Alguien dijo que a Venezuela estaba llegando la electricidad y que la luz llegaría pronto. Amén.
17 de marzo del 2019.

No sé si lo que sigue es un epílogo. Que es una desgracia, no tengo dudas. Hoy es viernes 27 de septiembre de 2019. De marzo a esta fecha ha habido innumerables apagones. Unos más cortos, otros más largos.Ya es una costumbre que la electricidad falle en varios estados a la vez. De marzo a esta fecha, un reto trabajar, comunicarse, viajar en metro. Hoy, a eso de las 12 del día hubo un “parpadeo de la luz”. Nos pusimos alerta, pero no pasó de ahí para nosotros, pero hay 16 estados sin electricidad. Milagrosamente en el rincón donde vivo hay luz.  Son las 7:27 de la noche y tenemos luz. Guarenas, hasta donde alcanzo a ver, tiene luz, pero Caracas, por ejemplo, está sin servicio de metro desde el mediodía. Hay luz, pero la telefonía móvil es un chiste. Mi hija no puede trabajar porque no hay Internet. ¿Hasta cuándo?
27 de septiembre de 2019

viernes, 20 de diciembre de 2019

Crónicas de la decadencia

     Después de dos años sin publicar, nuevamente estoy por aquí. Que no aparecieran mis escritos es solo la consecuencia de una dificultad técnica: estuve sin servicio de telefonía, y por ende de Internet. Pero no he dejado de escribir, de retratar la realidad que me circunda. Estoy de vuelta y comenzaré a publicar mis Crónicas de la decadencia, una serie de textos en los que registro cosas que han pasado y que nos afectan a quienes vivimos en la Venezuela convulsa de estos días. Reitero que lo que leerán es mi visión personal  e intenta ser un registro de hechos puntuales que han ocurrido y de los cuales yo he sido testigo. 
     Empiezo esta serie relatando el hecho más grave que ocurrió en Venezuela a comienzos del 2019: el apagón que dejó a oscuras a todo el país por casi una semana.