miércoles, 25 de abril de 2012

De los prejuicios


Hace unos días  me encontré a una coleguita en la UCV. La cosa fue más o menos así:
-¡Tatiana, que bueno verte! :)
-¡Hola, X! :) y el abrazo de rigor.
-Se te ve muy bien, estás más flaca, hasta la piel se te ve muy bien.
-Jejejeje, gracias, estoy muy bien ¿y tu?
-¿Pero que estás haciendo? ¿Es por la cervical?
-Jejejeje si y no. Estoy viviendo, como dice mi madre, simplemente viviendo; estoy feliz, corro una hora todas las mañanas, tengo propósitos, leo cuanto quiero, trabajo, estoy bien, muy bien. 

Y aquí vino el comentario que da origen de esta reflexión:
-Yo no quiero esperar hasta los cincuenta, ¿sabes? yo hago muchas cosas pero... [el gesto con las manos haciendo círculos sobre el plexo solar] para mí no, no se, pero no quiero esperar hasta los cincuenta.
Me reí de buena gana y no le contesté porque había demasiados abrazos esperando por dar y ser recibidos; yo estaba en la puerta del salón en el que JP defendería su tesis de grado, no tenía tiempo para decirle lo que intentaré decir ahora por si hay más gentesita que piense como ella.
         Yo no he tenido que esperar nunca para estar en paz conmigo misma. No tuve que esperar hasta los 20 para hacer el amor con el hombre del que me enamoré profundamente, simplemente sucedió a esa edad. No tuve que esperar hasta los 22 para graduarme en la universidad, era mi propósito y me ocupé de eso con entusiasmo y alegría. No tuve que esperar hasta los 24 para ser profesora en la Ilustre Universidad Central de Venezuela, me preparé para ello, lo deseé con el corazón e hice lo que se debe hacer para alcanzar un propósito. No tuve que esperar hasta los 26 y hasta los 30 para que nacieran mis hijas, simplemente las convoqué y llegaron natural y felizmente. Menos tuve que esperar cumplir 50 para ponerme al día con Saramago, Vargas Llosa, Isabel Allende, José Ignacio Cabrujas, Milagros Socorro, Carlos Fuentes, Laura Esquivel, Mario Benedetti y no sé si se me escapa algún otro que ha deleitado mis días desde que estoy felizmente jubilada. Pero sobre todo, no tuve que esperar tener 50 para jubilarme ¡NO! El día que me harté de la incompetencia y grosería de algunas autoridades ¡los mandé al carajo! Así como lo leen, los mandé al carajo. Ah ¿que me jubilé? Si. Ejercí mi derecho después de 26 años y ocho meses de servicio. No tuve que esperar 26 años y ocho meses para jubilarme porque amé estar en un salón de clases; porque amé investigar; porque amé escribir; porque amé asistir a cuanto curso y congreso fui; porque hasta amé hacer la tutoría de los 42 proyectos de tesis que acepté; porque amé las conversas sabrosísimas con colegas que fueron y serán amigos; porque amé profundamente las conversas, más sabrosas todavía, con estudiantes, muchos de los cuales ahora son colegas y seguimos siendo amigos; porque amé militar junto con Dagmar, Alix, Stefania, Rosalba, Carmen y algún otro más, en el partido de los pende, nada de lo que hice en la UCV, o de lo que he hecho en la vida, fue porque "tenía que hacerlo".
           Mi estimada coleguita, decía Facundo Cabral que uno no tiene porqué estar donde no quiere, ni hacer lo que no quiere, lo que no le da placer, que uno siempre puede mandar al carajo en este preciso instante al trabajo que no le satisface, a la pareja que ya no ama, a la chequera y a la tarjeta de crédito que no le dejan dormir. Además, ten la plena seguridad de que cuando veas a una persona radiante es porque está bien consigo misma, está en paz, por tanto, es feliz.

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