sábado, 25 de mayo de 2013

Primero fue la palabra

     No sabría decir si mi pasión por la lengua deriva de mi nombre, pero sí puedo decir que creo firmemente en que “(…) la palabra es don creador de la divinidad, y el nombre de las cosas es obra del hombre.” (Rosenblat, A. 1977:11).* 
     Comparto plenamente la idea de Valle Inclán: “Son las palabras espejos mágicos  donde se evocan todas las imágenes del mundo-.” (Valle Inclán citado por Rosenblat, A.  1977:15).
     Y se preguntarán mis amables lectores ¿A cuento de qué viene tanta vuelta acerca de la palabra? ¿Qué hace Rosenblat hoy aquí? Me explico, al menos intentaré compartir con ustedes una angustia que vive en mí desde hace muchos años y para ello he buscado auxilio en la herencia de uno de los grandes.
     Desde hace cerca de quince años siento mucha inquietud en el alma y en la razón por la manera en que desde la más alta esfera del poder político en Venezuela se ha venido transformando paulatinamente, es decir, sin prisa pero sin pausa, la idiosincracia, el don de gente y hasta las perspectivas del venezolano y de quienes comparten con nosotros esta tierra, aunque hayan nacido en otros lugares.

     Al principio pensé que se trataba de exquisiteces mías que obedecían a la natural deformación profesional de quienes estudiamos la lengua, vivimos de enseñar a otros que es arcilla en nuestras manos, que construimos puentes de palabras entre culturas con diferentes idiomas, en fin, al principio creí que yo era la exagerada. 
     Al principio... por allá, por el año 1999... Al principio, cuando comenzó la diferenciación entre ellos y nosotros, lo que sonaba a ellos, los malos y nosotros, los buenos. Ese primer vacío en el estómago me retrotrajo al Moscú de finales de los 70 y principios de los 80, cuando viví allá: наши - не наши. El escalofrío recorría mi espalda cada vez que escuchaba un: ellos que andan en sus camionetotas, con aire acondicionado y no ven a la gente en las calles. Y escuchaba gente diciendo: es verdad, los sifrinos esos. Un día leí un grafiti en la Avenida La Salle de Caracas: Mata a un escuálido y haz patria.  
     Ya la tarea estaba hecha. La sociedad ya estaba partida en dos. Ahora la palabra era escuálido para significar que los opositores al régimen eran pocos. Y la zanja se hacía más grande, más profunda. Llegó a lo más sagrado: las familias. No quedó una familia sana, no era posible aceptar la idea de que algún miembro disintiera. La fractura, el dolor, la rabia, la impotencia. Ya éramos los buenos y los malos. Los patriotas y los apátridas. Los ricos y los pobres. Los blancos y los afrodescendientes

     La palabra... La palabra creadora de mitos y amores... La palabra que reinventó el patrioterismo: Bolívar el bueno, el nuestro, el de los buenos, de los únicos que lo aman, que lo conocen, que lo defienden. Bolívar y yo, su único heredero. La palabra para confrontar, la confrontación de la lucha eterna entre el bien y el mal. La palabra militar en el mundo civil. Ya todo fue: batalla, guerra asimétrica, pueblo en armas, revolución pacífica pero armada, patria, socialismo o muerte... y ganó la muerte. Con la palabra no se juega.
Dice Rosenblat: 
      Antes de ser signo de un pensamiento, la palabra fue instrumento de una voluntad. Era una fuerza independiente, alada, capaz de herir, de matar, de llevar la desolación a las ciudades, de agostar los campos, de mover hombres, cosas, fuerzas naturales, y hasta de gobernar a los dioses y a los muertos. Había palabras de inmenso poder ante cuyo imperio nada ni nadie podía sustraerse. Entre ellas, las de bendición y maldición. (Ibídem).
   
       El propulsor de esa estrategia era un gran histrión, a conciencia abusó de su carisma y de la palabra para atrincherarse en el poder hasta más allá de su vida terrenal, costara lo que costara al país.
     Hoy ya no está. En su lugar colocaron un imitador que intenta seguir jugando con las palabras, con un agravante: carece de formación académica, qué digo académica, carece de formación.
     Es justamente una palabra de este sustituto la que me inspiró a escribir estas líneas. El pobre hombre vive en concubinato con una mujer que ejerció los más altos cargos en los que fue colocada por el histrión fallecido: fue presidente de la asamblea nacional, fue contralor** de la República, en fin, bateó en la posición en que fue designada. Luego de que el cne asignara a su pareja la presidencia de la República, dejó de ejercer cargos (cosa que algunos interpretaron como un acto de decencia para evitar el  famoso nepotismo). El caso es que la señora acompaña al sustituto a cuanto acto público éste va y ahora la llaman, él, primero que todos: la primera combatiente.porque obviamente no la puede llamar Primera Dama simplemente porque no es su esposa ante la Ley (vainas del ordenamiento jurídico de este país). ¿A dónde quiero llegar?
     Soy hija de una mujer combatiente. De una mujer que sufrió persecución, cárcel, torturas y exilio por luchar contra la dictadura de Pérez Jiménez. Soy hija de Yolanda Villaparedes. Pero es que junto a Yolanda Villaparedes hay un montón de mujeres que efectivamente combatieron por la libertad de este país. Pero antes que ellas, otro montón de mujeres dejó su juventud y hasta su vida por sus ideales. Mencionemos solo una: Luisa Cáceres de Arismendi. 
     Amigos, no se dejen confundir. La Historia tiene inscritos muchos nombres de Mujeres  Combatientes Venezolanas, pueden leer, si quieren ilustrarse, Nosotras también nos jugamos la vida o, cuando esté en cartelera, vayan a ver el documental Las muchachas.
     ¿Primera combatiente? Mucho camisón pa'Petra.
      

*Rosenblat, A. (1977). Sentido mágico de la palabra. UCV: Ediciones de la Biblioteca.
** Quienes han leído otras cosas mías saben que la ausencia de mayúsculas en casos que la norma lo exige es mi manera de mostrar mi respeto hacia lo mencionado.

2 comentarios:

  1. Gracias por escribirlo. Y por compartirlo. Sobra decirlo, pero lo digo: estoy completamente de acuerdo contigo, desde la primera hasta la última oración, con cada coma y cada minúscula y cada mayúscula.

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  2. Gracias por tus palabras, querida Tinuviel. Un abrazo.

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