sábado, 28 de diciembre de 2019

Fiorella



Llego a la agencia principal del Banco en El Rosal, Caracas. Miro el reloj: 7:12 de la mañana de aquel día de finales de mayo. Frente a la entrada hay cola. Hay tres colas, para ser exactos. Subo la escalera y veo a un funcionario del banco uniformado con franela roja, un carnet colgando del cuello y una treintena de años de vida. Me acerco a él, le saludo y le digo:
-          Necesito sacar la tarjeta de débito. Soy pensionada y nunca la he tenido. ¿Hay tarjetas aquí?
-          ¿Es de la tercera edad?
-          Saca la cuenta: 1958-2018.
-          Párese en la fila del medio.
-          Gracias.

Pensé que era mi día de suerte porque en la fila del medio había apenas unas 20 personas. En las otras, más de 50. Abrí el bolso, saqué “Mi país inventado” y los lentes. Isabel, acompáñame en esta espera.
Alguno de mis mejores amigos me acompaña siempre: Gabo, María Dueñas, Laura Esquivel, Benedetti, Brian Weiss, Tokareva… Ese día me acompañaba Isabel Allende.
Abrí el libro por donde me indicaba el dibujo en tinta china que me acompaña desde hace… ¿Desde cuándo? Veo la esquina derecha inferior y leo: 80. Desde entonces me acompaña. Toda la vida. Una vez más pienso: “Algún día tendré una casa así, en la montaña.”  Empiezo a leer:
“Una vez oí decir a una famosa escritora afrodescendiente que desde niña se había sentido extraña en su familia y en su pueblo; agregó que eso lo experimentan casi todos los escritores, aunque no se muevan nunca de su ciudad natal. Es condición inherente a este trabajo, aseguró que sin el desasosiego de sentirse diferente no habría necesidad de escribir. La escritura, al fin y al cabo, es un intento de comprender las circunstancias propias y aclarar la confusión de la existencia, inquietudes que no atormentan a la gente normal, solo a los inconformistas crónicos, muchos de los cuales terminan convertidos en escritores después de haber fracasado en otros oficios.”
Me quedé pensando y, cuando iba a garabatear algo al margen, vi un tumulto al principio de la cola en la que yo estaba. Cerré el libro y me acerqué. El de la treintena de años agitaba un paquete de cédulas y decía:
-          Hoy solo se entregarán 10 tarjetas a las personas que entregaron la cédula.
Se dio la vuelta y pretendía entrar al banco. El enjambre de gente lo empezó a perseguir protestando. Me acerco a él y le digo:
-          Yo hablé con usted cuando llegué,  pero no me pidió la cédula. Yo vengo de muy lejos, de Guarenas. Estoy buscando la bendita tarjeta desde hace seis meses y nada. Como le dije, soy pensionada, no hay efectivo, no puedo por tanto disponer de mi pensión cuando la pagan. ¿Qué puedo hacer?
-          Véngase más temprano, señora. Aquí hay gente que llega a las cuatro de la madrugada. Venga mañana, pero temprano.
Una señora del tumulto me gritó:
-          ¡‘Ta bien pues! La sifrina llega tarde y quiere entrar. Yo llegué a las cinco de la mañana. ¡Venga mañana!
Por su aspecto, era alguien con menos recursos que yo, sin embargo, me dolió que alguien en las mismas condiciones en las que yo me encontraba, me insultara en vez de demostrar solidaridad. Otra mujer me preguntó con rabia si yo quería "colearme". Surgió un coro de gente rabiosa que gritaba que viniera más temprano, a pesar de que a ellos tampoco les darían tarjetas de débito. Creo que les facilité una excusa para drenar la frustración.
No sé porqué desde hace tiempo la rabia y la frustración se manifiestan en mí con unas ganas irrefrenables de llorar.
Me falta el aire y salgo de ahí. Pienso que no pertenezco a ese mundo. Maldigo. Pido perdón. Recuerdo que un cura venezolano, hace poco, dijo públicamente que a veces es necesario maldecir. Cruzo la calle. Maldigo al gobierno, a los funcionarios, a la gente. Vuelvo a pedir perdón a mi diosito. Él es mi pana y nos comunicamos siempre. Yo con palabras o silencios, a veces con maldiciones. Él con hechos.
Camino con rabia y tristeza, con dolor. Me digo: “¡Atenta, coño, que vas a cruzar una calle! Возьми себя в руки! Ну ка!”[1]
Llego a Chacaíto y lo que siento, sigue intacto. Decido visitar a mi madre. Primero caminaré, caminaré mucho para drenar la impotencia. En ese estado no puedo visitar a nadie.
Camino rápido desde Chacaíto hacia Sabana Grande. Como si apresurarme me quitara de encima el malestar que sentía. De pronto veo a mi derecha una panadería que ofrece pan andino. “Voy a comprarle uno a la vieja.”
Al mismo tiempo que yo, entra a la panadería una señora con una niña. La niña corre y se para en la cola para pagar justo delante de mí. La señora se detiene detrás de mí y la llama. La niña le responde que su puesto es ahí, y le pide que se mueva ella. Sonrío y le digo a la señora:
-          Ella tiene razón, tu puesto es ese. Ella llegó primero que yo.
La señora me agradece y cambia de lugar.
Observo a la niña. Va de uniforme escolar. Camisa blanca, pantalón azul marino. Cabello rubio recogido en una cola. Es bella. No debe tener más de siete años. Ella se voltea y me dice:
-          Hola, soy Fiorella ¿y tu?
-          Mucho gusto, Fiorella, soy Tatiana. Eres una niña linda, ¿cuántos años tienes?
-          Seis. Io sono italiana.
Me hace mucha gracia su declaración y le respondo:
-          Tu sei italiana! Yo tengo muchos amigos italianos: Pina, Rosalba, Michele, Giovanna…
-          ¡Yo también! Mi papá es italiano y está en Italia. Yo voy para Italia en julio. Allá está mi abuela que se murió y mi tío.
-          Vas para Italia ¡que fino!
La mamá se sentía un poco avergonzada y me dijo:
-          Disculpe, ella es así, hablachenta.
-          Señora, su niña es bella. Dios la guarde y la bendiga siempre.
-          ¡Amén!
Llegó el turno de la señora para pagar. Yo me acerco a Fiorella y sonriendo le digo:
-          ¡Gracias, Fiorella! Yo llegué aquí muy triste. Apareciste tú y me alegraste. ¡Dios te bendiga siempre! Feliz viaje a Italia y pronto regreso. ¡Gracias!
La niña sonríe, creo que sin comprender mi retahíla. A la mamá se le humedecieron los ojos.
Compré un pan relleno de arequipe para mi mamá y salí conmovida y agradeciendo haberme encontrado con Fiorella.
Procuro estar alerta siempre porque el modo que tiene Dios de comunicarse es a través de sus ángeles. Fiorella fue uno de ellos. Me dejó claro que la vida es bella. A lo mejor no como yo quiero, ni cuando quiero, pero la vida es bella.



[1] Es más o menos lo mismo,  pero en ruso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario