Llego a la agencia principal del Banco
en El Rosal, Caracas. Miro el reloj: 7:12 de la mañana de aquel día de finales
de mayo. Frente a la entrada hay cola. Hay tres colas, para ser exactos. Subo
la escalera y veo a un funcionario del banco uniformado con franela roja, un
carnet colgando del cuello y una treintena de años de vida. Me acerco a él, le
saludo y le digo:
-
Necesito sacar
la tarjeta de débito. Soy pensionada y nunca la he tenido. ¿Hay tarjetas aquí?
-
¿Es de la
tercera edad?
-
Saca la cuenta:
1958-2018.
-
Párese en la
fila del medio.
-
Gracias.
Pensé que era mi día de suerte porque
en la fila del medio había apenas unas 20 personas. En las otras, más de 50. Abrí
el bolso, saqué “Mi país inventado” y los lentes. Isabel, acompáñame en esta
espera.
Alguno de mis mejores amigos me
acompaña siempre: Gabo, María Dueñas, Laura Esquivel, Benedetti, Brian Weiss,
Tokareva… Ese día me acompañaba Isabel Allende.
Abrí el libro por donde me indicaba el
dibujo en tinta china que me acompaña desde hace… ¿Desde cuándo? Veo la esquina
derecha inferior y leo: 80. Desde entonces me acompaña. Toda la vida. Una vez
más pienso: “Algún día tendré una casa así, en la montaña.” Empiezo a leer:
“Una vez oí decir a una famosa
escritora afrodescendiente que desde niña se había sentido extraña en su
familia y en su pueblo; agregó que eso lo experimentan casi todos los
escritores, aunque no se muevan nunca de su ciudad natal. Es condición
inherente a este trabajo, aseguró que sin el desasosiego de sentirse diferente
no habría necesidad de escribir. La escritura, al fin y al cabo, es un intento
de comprender las circunstancias propias y aclarar la confusión de la
existencia, inquietudes que no atormentan a la gente normal, solo a los
inconformistas crónicos, muchos de los cuales terminan convertidos en
escritores después de haber fracasado en otros oficios.”
Me quedé pensando y, cuando iba a
garabatear algo al margen, vi un tumulto al principio de la cola en la que yo
estaba. Cerré el libro y me acerqué. El de la treintena de años agitaba un
paquete de cédulas y decía:
-
Hoy solo se
entregarán 10 tarjetas a las personas que entregaron la cédula.
Se dio la vuelta y pretendía entrar al
banco. El enjambre de gente lo empezó a perseguir protestando. Me acerco a él y
le digo:
-
Yo hablé con
usted cuando llegué, pero no me pidió la
cédula. Yo vengo de muy lejos, de Guarenas. Estoy buscando la bendita tarjeta
desde hace seis meses y nada. Como le dije, soy pensionada, no hay efectivo, no
puedo por tanto disponer de mi pensión cuando la pagan. ¿Qué puedo hacer?
-
Véngase más
temprano, señora. Aquí hay gente que llega a las cuatro de la madrugada. Venga
mañana, pero temprano.
Una señora del tumulto me gritó:
-
¡‘Ta bien pues!
La sifrina llega tarde y quiere entrar. Yo llegué a las cinco de la mañana.
¡Venga mañana!
Por su aspecto, era alguien con menos
recursos que yo, sin embargo, me dolió que alguien en las mismas condiciones en las que yo me encontraba, me insultara en vez de demostrar solidaridad. Otra mujer me preguntó con
rabia si yo quería "colearme". Surgió un coro de gente rabiosa que gritaba que
viniera más temprano, a pesar de que a ellos tampoco les darían tarjetas de débito. Creo que les facilité una excusa para drenar la frustración.
No sé porqué desde hace tiempo la rabia
y la frustración se manifiestan en mí con unas ganas irrefrenables de llorar.
Me falta el aire y salgo de ahí. Pienso
que no pertenezco a ese mundo. Maldigo. Pido perdón. Recuerdo que un cura
venezolano, hace poco, dijo públicamente que a veces es necesario maldecir.
Cruzo la calle. Maldigo al gobierno, a los funcionarios, a la gente. Vuelvo a
pedir perdón a mi diosito. Él es mi pana y nos comunicamos siempre. Yo con
palabras o silencios, a veces con maldiciones. Él con hechos.
Camino con rabia y tristeza, con dolor.
Me digo: “¡Atenta, coño, que vas a cruzar una calle! Возьми себя в руки! Ну ка!”[1]
Llego a Chacaíto y lo que siento, sigue
intacto. Decido visitar a mi madre. Primero caminaré, caminaré mucho para
drenar la impotencia. En ese estado no puedo visitar a nadie.
Camino rápido desde Chacaíto hacia
Sabana Grande. Como si apresurarme me quitara de encima el malestar que sentía.
De pronto veo a mi derecha una panadería que ofrece pan andino. “Voy a
comprarle uno a la vieja.”
Al mismo tiempo que yo, entra a la
panadería una señora con una niña. La niña corre y se para en la cola para
pagar justo delante de mí. La señora se detiene detrás de mí y la llama. La niña
le responde que su puesto es ahí, y le pide que se mueva ella. Sonrío y le digo
a la señora:
-
Ella tiene
razón, tu puesto es ese. Ella llegó primero que yo.
La señora me agradece y cambia de
lugar.
Observo a la niña. Va de uniforme
escolar. Camisa blanca, pantalón azul marino. Cabello rubio recogido en una
cola. Es bella. No debe tener más de siete años. Ella se voltea y me dice:
-
Hola, soy
Fiorella ¿y tu?
-
Mucho gusto,
Fiorella, soy Tatiana. Eres una niña linda, ¿cuántos años tienes?
-
Seis. Io sono
italiana.
Me hace mucha gracia su declaración y
le respondo:
-
Tu sei italiana!
Yo tengo muchos amigos italianos: Pina, Rosalba, Michele, Giovanna…
-
¡Yo también! Mi
papá es italiano y está en Italia. Yo voy para Italia en julio. Allá está mi
abuela que se murió y mi tío.
-
Vas para Italia
¡que fino!
La mamá se sentía un poco avergonzada y me dijo:
-
Disculpe, ella
es así, hablachenta.
-
Señora, su niña
es bella. Dios la guarde y la bendiga siempre.
-
¡Amén!
Llegó el turno de la señora para pagar.
Yo me acerco a Fiorella y sonriendo le digo:
-
¡Gracias,
Fiorella! Yo llegué aquí muy triste. Apareciste tú y me alegraste. ¡Dios te
bendiga siempre! Feliz viaje a Italia y pronto regreso. ¡Gracias!
La niña sonríe, creo que sin comprender
mi retahíla. A la mamá se le humedecieron los ojos.
Compré un pan relleno de arequipe para
mi mamá y salí conmovida y agradeciendo haberme encontrado con Fiorella.
Procuro estar alerta siempre porque el
modo que tiene Dios de comunicarse es a través de sus ángeles. Fiorella fue uno
de ellos. Me dejó claro que la vida es bella. A lo mejor no como yo quiero, ni
cuando quiero, pero la vida es bella.
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