viernes, 17 de febrero de 2012


Intuición, el otro nombre de Dios

- Mañana la niña no puede entrar a clase. Ya deben tres meses.
     No respondí ¿qué podía responder? Tomé de la mano a mi niña y sintiendo que iba a hacer explosión en los próximos segundos, bajé los escalones que nos separaban del carro; abrí la puerta trasera y le dije a mi ángel especial: "Entra, hija, entra." Cerré la puerta. Entre yo al carro, lo encendí y fui a buscar a mi otra angelita que estudiaba una cuadra más arriba. Una vez todas dentro del carro, comencé a rodar hacia la casa. 
     Lloraba a mares, en silencio ¿cómo podía permitir que mis niñas se enteraran? ¿Cómo? Lloraba por el hecho en sí y por la imposibilidad de cumplir con el compromiso. En la universidad no nos pagaban desde enero. Lloraba de vergüenza y de tristeza. Lloraba porque mañana mi ángel especial cumplía años y ella soñaba con una fiesta en el colegio. ¿Cuál fiesta? ¿Cómo? Encima... Ni siquiera la iban a dejar entrar al colegio. Lloraba, lloraba a mares.

 
     
      Fue entonces cuando me comuniqué por el inalámbrico con mi padre celestial. Le dije:
- Tu me la diste para que la sacara adelante, tu tienes que darme los recursos para eso.
      No dije nada más. Dejé de llorar porque tampoco podía presentarme ante mis niñas con cara triste y húmeda. Respiré, respiré profundo y muchas veces. Comencé a cantar, bueno, canto para mi porque los demás escuchan sonidos deformes, pero a mi me tranquiliza cantar.  
     Esa noche casi no dormí. Mañana cumplía años mi niña y no podía entrar al colegio. ¡Qué regalo! Me desperté, como siempre, a las cuatro y media de la mañana con una firme determinación: la llevaría al colegio, la dejaría en la puerta y me iría rápido, antes de que pudieran devolverla. Confiaba en el profesionalismo y el amor que en esa escuela especial brindaban a los niños. Y nos fuimos las tres, las chicas superpoderosas, como cada día pero en un día especial, un día de alegría.
     Dejé a mi niña menor en su colegio y luego me estacioné a la entrada del colegio de Vane y le dije simplemente "Baja, princesa, que estoy apurada." Ella bajó sonriente, soñaba con que en el patio, después de cantar el himno nacional, la directora la llamaría al frente, la abrazaría, todos la felicitarían y le cantarían el cumpleaños.
     Yo me fui directo al banco obedeciendo a mi intuición, loca intuición, porque era 21 de mayo y ¿quién dijo que en Venezuela a alguien le pagan algo los 21 de mayo? Aquí se cobra los 15 y los 30. Pero yo me fui al banco. No sabía bien para qué.
     Solicité un estado de cuenta y... no podía creerlo ¡tenía 120.000 bolívares en la cuenta! Leí varias veces aquel papel antes de salir del banco ¿qué habían pagado? La cifra era insólita no correspondía con mis cálculos. En fin, poco importaba, lo único importante era que tenía dinero. Debíamos 90.000 en el colegio. Di gracias a Dios. Entré a la primera panadería que encontré. Compré una torta de chocolate y cerezas, platicos, cucharillas y vasos desechables, y dos refrescos grandes.
     Llegué nuevamente al colegio; hice el cheque, pagué lo que debíamos y subí directo al salón de clases de mi niña cargada con lo único que ella esperaba ese día: una torta grande de chocolate, aunque yo ya había puesto al día lo que realmente era importante para sacarla adelante. ¡Fue un muy feliz cumpleaños!

 

  
    

3 comentarios:

  1. Pues si, efectivamente. Si alguien cree profundamente q uno de los otros nombtes d Dios es intuición, esa soy yo. Q buena torta debe haber sido ésa!!!

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  2. Y "casualidad", otra manera de decir "milagro".

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  3. Jejeje, si, porque nada es "por casualidad". Me gusta decir que dios escribe derecho sobre renglones torcidos y que somos energía y estamos conectados unos a otros sin siquiera sospecharlo.

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