viernes, 24 de julio de 2015

Las colas interminables en busca de productos básicos o la universidad de la vida

   Hace unos tres días reuní fuerzas de ánimo y de cuerpo y decidí salir a hacer cola donde quiera que hubiera algún producto de los infinitos que faltan en mi despensa. Las fuerzas me las dio la lágrima que no saltó de los ojos de mi esposo la noche anterior cuando abrió la puerta del gabinete y se preguntó con todo el dolor y la impotencia que caben en 1,85 mtr de humanidad: "¿Cuándo había estado mi gabinete así de vacío?" Un silencio espeso, que nos oprimía el pecho y el cuello nos embargó. En nuestras mentes brillaba la palabra "NUNCA" pero, ¿para qué pronunciarla?
   Al día siguiente, encaminé mis pasos a la farmacia porque hacía dos semanas que buscábamos sin éxito mis pastillas para la tensión y dos días que no las tomaba porque se me habían terminado. Vi una cola a las puertas del establecimiento; no era larga, unas 60 personas. Entonces pregunté qué vendían y me dijeron: shampoo, jabón de baño y detergente en polvo. ¡Bingo, necesito con urgencia esas tres cosas! Me paré en la cola porque yo podía comprar, mi cédula termina en tres y era martes. ¡Que vaina tan buena! Ahí estuve como media hora y la cola no se movía. Era obvio que algo pasaba. Pero, bueno, me puse a hablar con una señora más joven que yo que estaba delante de mí y esto fue lo que me contó mientras me enseñaba las tres cédulas que cargaba en su monedero:
   "Esta es la mía, esta es la de mi mamá ¿verdad que nos parecemos bastantes?, esta es la de una de mis hermanas, es igualita a mí aunque ella es gemela con otra. Bueno, yo no soy bachaquera sino que cargo sus cédulas porque terminan en otros números y, bueno, por si acaso. Los bachaqueros si hacen trampas. Mire, yo conozco a una que trabaja para un señor. Ellos lo que hacen es sacar una fotocopia a color de la cédula de la persona y a esa fotocopia le ponen un cuadrito blanco sobre el último número y sacan otra fotocopia a color; después van poniendo cuadritos con todos los otros números y van sacando fotocopias; después las plastifican y ya. Cada bachaquero tiene cinco cédulas. Por eso es que usted ve a la misma gente haciendo cola todos los días."
   Lección número de uno del día. Yo no podía hacer ningún comentario. Tenía los ojos desorbitados y me imagino que la boca abierta. Así de ingenua puedo ser, también soy lenta, muy lenta para sacar conclusiones. Después fue que pensé: 'Pero claro, mujer, si la cédula legal la imprimen en papel normalito con impresoras a color y las plastifican en un aparatico que vendían en Makro. Obvio, cualquiera puede tener las cédulas que le de la gana. ¡Ay, dios mío!'
   Sonreí, me salí de la cola y fui a preguntar qué pasaba. El encargado me preguntó: "¿Tiene número?" Mi respuesta fue un no tembloroso mientras mi cerebro trataba de entender qué carajo era eso, si podía comprar quien tuviera cédula que termira en dos o en tres qué vaina era esa de un número, dónde y quien daba los números. "Entonces no puede comprar, señora." Bueno, entré a ver si había ramipril de 2,5 en cualquiera de las marcas. No hay. Salí repitiendo a Chopra: inhala y exhala deeply and slowly, deeply and slowly, la tensión debe estar a raya, cuidado con vainas. Deeply and slowly, deeply and slowly...
   No me di por vencida. En la Central Madeirense si es verdad que voy a conseguir algo. Caminé unas 15 cuadras y llegué. Taraaaaaan. Dos colas. ¡Fino! Están vendiendo algo. Una cola arrancaba a las puertas del supermercado e iba bordeando el contorno del edificio, la gente se guarecía del sol gracias al alero precario. La otra comenzaba a la puerta del depósito, atravesaba el estacionamiento y se perdía por la acera bajo el sol guarenero de las diez y doce minutos de la mañana, que fue cuando yo llegué. Pregunté a una señora mayor que era la última de la cola bajo sombra qué estaban vendiendo. Su respuesta me emocionó: café, azúcar y ariel. Por la virgen de las tres chapitas, ¡café! Una semana sin tomar café y ahí estaban vendiendo. ¡Gracias Dios, gracias! - Señora, dígame algo, ¿por qué hay dos colas? - Esta es la de la tercera edad y la otra es la de los normales. - ¡Me quedo aquí! Yo ya no soy normal (para algo tengo 56 años, oficialmente miembro de la tercera edad desde hace un año, ja).
   La cola se movía como dice mi sobrina: a paso de morrocoy herido, pero ahí íbamos. En moños de a cuatro, como se hacen las colas en este país. Hablando, renegando de la situación, con la determinación de hacer algo, este vaina tenemos que cambiarla, no se olviden de votar en diciembre y cosas así. Como a las once y media ya podíamos ver la puerta del depósito. ¡Qué éxito! Cuando faltaban unas treinta personas para que yo entrara, llegó a la puerta del depósito un grupo de gente linda capitaneados por una mujer alta, cuarentona ella, de cabello pintado con mechas amarillas y perfectamente planchado. Vestía un jean dos tallas menos de la que le correspondía y estaba embutida en una franela roja, bella, con el logo de la alcaldía bordado en el lado superior izquierdo de la franela. La acompañaban dos mujeres más, menos vistosas, pero con sus hermosas franelas rojas y chalecos beige que igualmente las identificaban como "algo" de la alcaldía, y dos "chicas" lindísimas, vestidas "normales", con cabelleras perfectamente planchadas. La capitana del equipo comenzó a hablar con el señor que custodiaba la puerta del depósito y que también vestía franela roja y chaleco beige, también bordados. Ahí empezó todo. La gente de la cola de la tercera edad empezó a gritarles "enchufados, malditos, hagan su cola"; "fuera, desgraciados" y otras lindezas que la decencia y el decoro me impiden escribir. La capitana se acercó a la cola a decir que no había que gritar, que bajaran la voz. Una viejita le preguntó, "¿quien eres tu, enchufada de mierda?" y otra le contestó, "quien va a ser, una enchufada de la alcaldía." En eso empezó la segunda gran lección del día: Un señor que estaba como tres personas detrás de mi, se salió de la cola y se acercó a la enchufada, se levantó la camisa y le mostró una bolsa que tenía pegada al costado izquierdo del abdomen, señal inequívoca de una colotomía y simplemente le dijo: "Yo tengo dos horas en la cola, por qué ustedes se van a colear?". Salió otro señor de más atrás, se levantó la manga de la camisa y le enseñó su brazo y simplemente dijo: "Yo me estoy dialisando todos los días". El hueco que tenía nos hizo a todos voltear a otro lado. "Hagan su cola, ustedes tienen los días contados, abusadores."
   La capitana se volteó y se fue. No tenía argumentos pero tampoco tenía ni la humildad ni la conciencia para ofrecer disculpas. Ella había cumplido su misión porque mientras los viejitos de la cola la insultaban nos distrajimos y las hermosísimas enchufadas escoltadas entraron a comprar café, azúcar y jabón.
   La cola siguió andando, obvio los viejitos más enfermos pasaron porque quienes estábamos delante de ellos los hicimos pasar. La conversa en la cola tenía un solo tema: no se olviden de votar el 6 de diciembre, que esta gente tiene los días contados.
  Lección más importante: somos un país de gente decente que está llegando a la salida del túnel que nosotros mismos ayudamos a construir, por acción o por omisión. 
   

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