lunes, 7 de marzo de 2016

De cómo los sueños pueden ser la voz de Dios

     Hoy empiezo a escribir algunas de las experiencias extrasensoriales que he vivido. En realidad, no me gusta mucho el término 'extrasensoriales' pero dejémosle así mientras avanzo. Tampoco sé hasta donde voy a llegar con esto ni me importa mucho. Escribo porque desde hace días estoy sintiendo la necesidad de hacerlo, así, como para dar fe de lo que me ha pasado, de lo que he aprendido. Tal vez escriba para que un buen día mis hijas encuentren estas letras y las lean. 
     

Dice Brian Weiss en "Lazos de amor" (1998:134) que:
Otro tipo de sueño 'psíquico' es el que tiene lugar cuando nos comunicamos con otra persona a distancia. Esta persona puede estar viva y lejos de nosotros geográficamente, o quizá se trata del alma o la consciencia de alguien que ha muerto, como un pariente o un amigo muy íntimo. De la misma manera, podemos comunicarnos con un espíritu angelical, un maestro o un guía. Los mensajes que se emiten y reciben suelen ser auténticos, conmovedores y muy significativos.
   
      Mi primera experiencia de este tipo tuvo lugar hace mucho años, ocurrió el 13 de  noviembre de 1977 y fue a través de un sueño que relato a continuación.

     Yo veía como una película que se desarrollaba en el cuarto de Ivan. En el centro había una cama y allí estaba acostada mi abuela Sofía. Ella recibía suero de un botella que colgaba de un improvisado paral compuesto por una escoba. Alrededor de la cama estaba toda la familia: mi tía Carmen, mi tía Esther, mi mamá, Ivan, Natasha, Israel, Mimí, no recuerdo a mi tío Francisco ni si había algún amigo. Todos estaban tranquilos. De pronto, como si una goma de borrar lo hiciera, mi abuela empezó a desaparecer: primero los pies, luego las piernas,  el tronco y, finalmente, la cara.
     Ahí terminó el sueño y yo desperté
serena en medio de la noche, sin miedo a pesar de encontrarme yo en Moscú y mi familia en Venezuela, a pesar de haber sido yo la niña consentida de Doña Sofía. Me volví a dormir como si nada pero el sueño se me grabó en sus mínimos detalles hasta el sol de hoy.
     Al día siguiente se lo conté a Alicia. Alicia y yo nos hicimos amigas desde el día en que nos conocimos, ella fue para mí como la cabuya del papagayo, el cable a tierra, mi hermana mayor a pesar de ser un año menor que yo. Al tenía unos ojos negros grandes y una mirada profunda que podía traspasarte si veía directo a los ojos. ¡Cuánto quise a Alicia! ¡Cuánto la quiero! Mi hermana que decía que yo era su coloide. Nunca averigüé qué es un coloide. Ella me explicó que es algo así como una parte inseparable de la celula (ella es físicoquímico), y la verdad, no se si eso es así, o si yo lo entendí así, en todo caso, Alicia jugó un papel muy importante en mi vida durante los años que compartimos en Moscú. 
     Volviendo al sueño, Alicia escuchó mi relato con serenidad hasta el final cuando me preguntó si yo tenía miedo. Le dije que no, pero que ese sueño era raro. La siguiente pregunta fue si mi abuela estaba enferma. También le dije que no, que era viejita pero que yo supiera, no estaba enferma. Entonces Alicia me dijo que me quedara tranquila, que todo estaba bien.
     Pasaron varios meses y por enero o febrero del siguiente año, recibí una carta que habían escrito Ivan e Israel. En la carta decían que habían escrito en secreto porque la familia no quería que yo me enterara de lo que había pasado pero ellos pensaban que debía saberlo y por eso se aventuraron a escribirme y a poner en el correo aquella misiva. 
     Aquellos niños (13 y 14 años más o menos), me contaron que mi abuela había muerto el 13 de noviembre pasado y me describieron la escena que yo vi en el sueño aquel mismo 13 de noviembre.
     La noticia no me causó ninguna conmoción, fue como la corroboración de algo que yo sabía. Le dí a leer la carta a Alicia y ella sonrió y me dijo: "Yo lo sabía. Tu abuela vino a despedirse de ti y a tranquilizarte."
     

     

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