viernes, 3 de enero de 2020

El arte nos salva. A Gustavo Villaparedes, in memoriam

     De mi abuelo recuerdo su sonrisa. Su silencio, más que sus palabras. Lo recuerdo jugando Scrabble con mi papá y mi tío Nel. Tres dioses del Olimpo en silencio, concentrados en aquel tablero, rodeados de diccionarios enormes. Yo, un conejito comiendo hierbas por allá abajo soñando con poder jugar algún día con mis dioses del Olimpo. Yo creo que mi abuelo no necesitaba hablar. Tenía un aura liviana, uno sentía que podía confiar en él.
     Lo recuerdo en la casa, con pantalones de kaki y guardacamisa blanquísima. De eso se ocupaba su amada esposa, mi inolvidable Mayejita. Lo recuerdo de pie, con las manos enlazadas a la espalda. Lo recuerdo leyendo...
     Compartí muy poco con mi abuelo, digamos que lo tuve entre mis diez y catorce años. 
     Mi abuelo es un personaje. Un personaje de nuestra historia,  pero no pretendo hacer una biografía de él en estas líneas. Quiero solo ofrecer unas pinceladas sobre un hombre que dedicó su vida entera a este país, a hacer lo que él entendía como la manera de lograr el mayor bienestar para la gente.
     Gustavo y Graciela se casaron cuando eran muy jovencitos. Ella tenía 18 años y él 20. Eso fue en la segunda década del siglo XX, por allá, en un pueblo perdido del estado Miranda. En la partida de matrimonio aparece una X en el lugar donde debía ir la firma del novio. Es decir, a esa edad, mi abuelo no sabía leer ni escribir. Pero esos campesinos eran "distintos" y, a pesar de todo, hicieron bien las cosas. 
     Ese muchacho, que enamorado estampó una X para tener el derecho de vivir con la mujer que amaba, pocos años después de su matrimonio, fundó la primera escuela en el campo en que vivía, una escuela para la que el Ministerio de Educación destinó una maestra que no se quedó ni un día porque el viaje en burro hasta el lugar le quitó la ilusión. Entonces, Gustavo decidió que su hija mayor, junto con otras dos niñas del pueblo que también sabían leer y escribir, y tenían algunos otros conocimientos, se ocuparan de enseñar a los demás niños a cantar el Himno Nacional, algunas otras canciones y, por supuesto, a leer y a escribir. La gente del lugar estuvo de acuerdo. Así nació la primera escuela de Las Casitas y Yolanda Villaparedes comenzó a enamorarse de la profesión y, sobre todo, del servicio a los demás.
     Tiempo después, digamos, mucho tiempo después, mi abuelo pudo escribir su propia defensa, con los argumentos correctos e irrebatibles, sin ser abogado, cuando la justicia imperante en el país lo juzgó. 
     A mi abuelo lo recuerdo entre libros y periódicos. Lo recuerdo debatiendo, especialmente con mi papá. Hablaban de cosas que yo no entendía, pero que eran trascendentes para ellos y tal vez, indirectamente, para mí, para el país. Yo los observaba. Los admiraba. Ellos me permitían quedarme a su lado ¿o sería que no se daban cuenta de mi presencia? Me sentía orgullosa de mis dioses del Olimpo.
     Contaba mi abuela, que a su casa en el campo "siempre llegaba alguno con dolor de cabeza y el Viejo* le decía que se sentara. Él se paraba detrás de la silla, se quedaba callado, se frotaba las manos y le ponía una en la frente, otra en la nuca, y se quedaba así por un rato. Después el otro se paraba y le daba las gracias porque se había aliviado." Es que mi abuelo le curaba el dolor de cabeza a los vecinos con solo poner sus manos en la frente y la nuca.
     Pero la actividad a la que mi abuelo dedicó su vida fue a la política. Fue uno de los fundadores del Partido Comunista de Venezuela por allá, por los años 30 del siglo pasado. Eso lo llevó muchas veces a prisión. También lo llevó al exilio por varios años; por largos años. Es justo decir que su actividad política le ganó el afecto, respeto y admiración de muchas personas. A veces pronuncio su nombre en alguna reunión y no falta la persona que que me mira con sorpresa y me pregunta con cierta admiración: "¿Tú eres nieta de Gustavo Villaparedes?"
     Ser preso de conciencia de la dictadura de Pérez Jiménez, significó para Gustavo Villaparedes pasar años en Guasina, un campo de concentración ubicado en una isla en el Delta del Orinoco, que anteriormente había sido utilizado para confinar presos de la Guerra Civil Española y del fascimo hitleriano. La principal característica de esa isla es que, cuando sube la marea, queda sumergida bajo las aguas del río, así que los presos pasaban tiempo con el agua hasta las rodillas y tiempo sobre arena. En esas condiciones hacían trabajos forzados mientras pagaban su condena. Hasta el destino los trasladaban en barco, pero no en camarotes acondicionados, no. Los llevaban en la bodega de un barco y, cuando se llevaron a mi abuelo, en esa bodega, además de varias decenas de presos políticos, iba un cargamento de cemento.
     A mi abuelo, y a quienes llegaron con él en el grupo que "inauguró el campo de concentración para los venezolanos", les tocó construir las barracas en las que ellos "vivirían". Eso fue parte del trabajo forzado de la condena. Ese espanto fue denunciado internacionalmente antes de que cayera la dictadura porque uno de los presos enfermó de gravedad y lo tuvieron que sacar. El señor contó lo que estaba ocurriendo y el dictador se vio obligado a trasladar a los presos a la cárcel de Ciudad Bolívar.
     Es del paso de Gustavo por el horror de Guasina, que quiero hablar. Bueno, de un pedacito.
     En Guasina Gustavo se convirtió en escultor. Aprendió a tallar en madera. ¿A tallar en madera? ¿En una isla donde no había sino agua? Quizá se comprenda que a un trozo de madera lo arrastrara la corriente. Pero ¿con qué instrumento hizo las tallas? ¿Con cuáles extractos les dio color? ¿Cómo hizo él para tallar en madera, en letra cursiva Recuerdo para mis hijos?


 
      El recuerdo para cada uno de los siete hijos fue tallar su nombre en madera.


     Y para la posteridad, para que nadie olvide el horror de Guasina, mi abuelo hizo una talla de su intepretación de la isla. Es una miniatura en la que yo creo adivinar a un gallo en el centro y se me antoja que sea un autoretrato de mi abuelo, digo, porque el gallo es el símbolo del Partido Comunista venezolano.

 
       Yo conocí estas tallas hace muy pocos días. Eran el tesoro que mi Mayejita y, cuando ella se fue a encontrar con el amor de su vida, pasaron a ser el tesoro de uno de mis tíos. 
      ¿Por qué comparto este tesoro familiar? 
      Por varias razones. Ante todo, como un homenaje a mi abuelo, a su sensibilidad, a su amor; para agradecerle su amor, su entrega y su fe en un mundo mejor.
     Para que mis hijas sepan de dónde vienen, para que sepan que de casta le viene al galgo, para que sientan orgullo por sus orígenes.
    La otra razón por la que escribo es porque está prohibido olvidar los horrores que vivieron nuestros antepasados para que nosotros tuviéramos un mundo mejor. Porque he leído que ahora se está poniendo de moda "el derecho al olvido" y, aunque estoy convencida del poder que tiene el perdón, sé que perdonar no tiene nada que ver con olvidar. Perdonar es un proceso personal vinculado con la sanación del dolor propio por algo ocurrido en nuestras vidas, no con olvidar; tampoco es un proceso colectivo y mucho menos, impuesto. No es sano olvidar porque nos estaríamos condenando irremediablemente a repetir errores. Perdonar es recordar sin dolor, sin rencor. Por eso, para mí, está prohibido olvidar los gestos heróicos de los ancestros y los crímenes cometidos contra la gente.
     También comparto este tesoro familiar porque creo profundamente en el poder sanador del amor y del arte. Creo que en ocasiones son sinónimos. Sé que el arte nos salva porque nos permite conectarnos con lo más sagrado de nosotros mismos y nos permite trascendernos.
     Imagino a mi abuelo como el gallo de su miniatura: sentado sobre alguna piedra, ensimismado, con un trozo de madera en una mano y en la otra alguna piedra a la que antes debió afilar hasta convertirla en una especie de cincel. Imagino el agua del río fluyendo hacia el mar, acariciando los pies descalzos de Gustavo y él, sin darse cuenta de lo que pasaba, sintiéndo que cada movimiento de su cincel improvisado era una caricia para el hijo que lo extrañaba. ¿Cómo llegaron esas tallas a su destino? Lo ignoro. Mi abuelo salió de Guasina directo para el exilio. Supongo que alguna mano generosa, tal vez de algún compañero de prisión, tal vez de un carcelero, sacó un paquetito y lo hizo llegar a las manos para las que fueron hechas esas tablitas. Supongo... Ahora solo puedo suponer... 
     Tuve la inmensa dicha y el honor de conocer a un compañero de prisión, de esa prisión, de mi abuelo. En realidad, ese señor me descubrió. Un buen día fui a su oficina para hacer un trámite. El señor se quedó mirándome con mucha atención y de pronto preguntó
     - ¿Tu eres familia de Gustavo Villaparedes?
     - Soy su nieta.
     - El Caballero... Así le decíamos a Gustavo en Guasina...
     Por ahí siguieron los recuerdos fraternales de aquel Señor que desde ese momento me adoptó. En estas líneas va también un homenaje amoroso y agradecido a Simón, a Simón Sáez quien me contó que mi abuelo era alguien confiable, que siempre estaba de buen humor, que era de sonrisa fácil, con una entereza a prueba de balas, de voluntad inquebrantable, firme y sereno. Un Caballero, como también lo fue él.
     El amor salvó a mi abuelo de sucumbir al horror en que le tocó vivir, el amor lo hizo convertirse en artesano, en escultor. El arte lo salvó. Gracias al arte, su amor ha trascendido el tiempo. 
     
    
*Mi abuela siempre llamó El Viejo a mi abuelo, no sé porqué.
       

5 comentarios:

  1. "El caballero de la montaña", así era el nombre completo que le dieron sus compañeros de prisión. Nunca entendí por qué lo de la montaña, si es una isla llana, mas bien honda, que tuve la suerte de conocer 60 o mas años de aquellos acontecimientos. Tampoco él era un montañés, pero así le pusieron...
    Nuestro payejo, nuestro caballero, nuestras raíces honorables y amadas. Hoy no comento sobre el tema más que esto. Ya nos encontraremos de nuevo en entre espacio. Un fraterno a todos los descendientes de ese gran hombre, con los cuales comparto raíces, recuerdos, afectos.
    Mimí

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  2. Así es,Hermana querida.Gracias por la precisión.

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  3. Amable, afable, sereno, tranquilo, así fue: Así lo recuerdo, atento al entorno, con tiempo para atender y explicar a un niño y dar respuestas a sus preguntas. Un hombre de humor muy fino, que trasmitía alegría. De excelentes y refinados modales, culto, elegante, de vestir impecable. Cariñoso con la familia, de abrazar a su vieja, hijos, nietos y amigos. Dedicado a su pasión, la política, pero con tiempo para compartir con su familia. Culto, ávido lector, siempre tomaba apuntes de sus lecturas, y recortaba escritos, artículos de la prensa y los mantenía ordenados en su archivo. Cuantas cosas puedo decir de él.

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    1. Gracias por este amoroso comentario. Se nota que conociste a mi Payejo. Solo lamento que apareces como "Unknown" en los comentarios y no puedo personalizar mi saludo y agradecimiento, pero van de todas maneras.

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