domingo, 5 de febrero de 2012

Libertad




     Me llamo Tatiana pero bien pude llamarme Libertad porque nací cuando terminaba 1958, el año más emblemático de la libertad en Venezuela. La vida se ha encargado de ponerme siempre en situaciones donde la libertad es la protagonista. La libertad en ámbitos diferentes, la libertad con otros nombres.. Libertad solapada, apenas visible, libertad que solo algunos pueden distinguir, libertad que solo algunos pueden escoger, libertad que solo algunos pueden defender.
   15 de diciembre de 1965 ¿cómo olvidar ese día? Cumplía siete años. Tenía puesto un hermoso vestido anaranjado con un pespunte blanco al frente; mi madre es una modista de altísima costura y mejor ingenio para llenar de alegría con un estreno un día de  cumpleaños porque ¿acaso necesita un niño enterarse de las penurias de los padres? Bueno, tenía mi vestido anaranjado, hermoso, nuevo, mi cadena de bautizo era el adorno. También había una torta grande, como debe ser, de chocolate, cubierta de chocolate, rellena de chocolate, como debe ser, y los invitados: Natasha, Isra y mi mamá con un barrigón que apenas la dejaba caminar; ella tenía puesta una bata azul marino, me acuerdo porque siempre me gustó el azul y me gustaba cuando ella se ponía esa bata, se veía bonita. Esperábamos a mi papá. Vivíamos en El Palatino, en un apartamento grande, acogedor; la mesa donde estaba la torta era de vidrio; estábamos todos alegres esperando a mi papá. En El Palatino teníamos teléfono porque quedaba en una zona clase media, había comodidades que, ahora lo sé, contrastaban con la economía precaria de esa familia que fuimos. Había teléfono. Esperábamos a mi papá. No llegó. Sonó el teléfono: a Israel lo pusieron preso.
     Si alguien me preguntara hoy qué pasó con la torta o si cantamos cumpleaños no sabría qué contestar, no lo recuerdo ¿para qué? Siento solo la gran tristeza de la niñita con su vestido nuevo y su cadena de bautizo esperando a su papá para picar la torta. Recuerdo solamente la tribulación de mi mamá y los adultos que empezaron a llamar y a llegar, las carreras, “hay que salir del apartamento, es del partido”, la mudanza para un sótano, oscuro, húmedo, feo, encima unos días después mi mamá se tuvo que ir a la maternidad porque Mimí decidió nacer antes de lo previsto. Lo único luminoso en esa navidad fue que el bendito sótano quedaba cerquita de la casa de mi abuela Sofía y ese siempre fue un remanso de paz al que uno llegaba a diario para nutrirse. ¡Cómo amaba estar en esa casa!
     Libertad de pensamiento. Así se llama lo que acabo de contar. A mi papá lo encerraron para evitar que ejerciera la libertad de pensamiento.
     Un día de julio de 1978. Vacaciones en Caracas después de dos años en Moscú. Al fin desayuno con arepas finitas y aguacate ¡manjar de dioses! Pepsicola, necesitaba Pepsicola intravenosa porque en Moscú no existía ningún tipo de refresco, pero lo más importante: abrazos, afectos sinceros, alegrías, dos meses completicos con la gente a quien amaba y   me amaba, que me echaba de menos.
     Mi mamá trabajaba en Cantaclaro, atendía la Librería Progreso. Yo iba con ella algunos días a trabajar y ganaba dinerito que gastaba en chucherías y pasajes. Un día la gente del PCV me pidió  que me reuniera con un grupo de muchachos y muchachas que ese año viajaban a la URSS a estudiar; me pidieron que les hablara de mi experiencia. Acepté con mucho gusto porque seríamos compañeros en aquellas heladas tierras. 
     Eran como 20 muchachos. Todos estaban alegres y expectantes. Conversamos de muchas cosas, todas con el mayor optimismo porque soy una optimista incurable, soñadora dicen algunos, pendeja dicen otros. Llegado el momento comencé a decirles lo que deberían llevar consigo para que su vida, al menos durante los primeros días, fuera más amable. “Si alguno de ustedes toca un instrumento musical, lléveselo, difícilmente podrá comprar alguno allá, sobre todo si toca algo como un cuatro; a las muchachas que les gusta maquillarse, llévense maquillaje, allá no venden nada de eso. Claro que uno puede sobrevivir sin maquillarse o sin sacarse las cejas, sin lo que no puede sobrevivir es sin toallas sanitarias y eso tampoco existe allá; bueno, tampoco existe el desodorante, de ningún tipo, llévense varios potes, después la familia podrá mandarles; ah, no cometan el error que cometí yo de irme sin suéteres y ropa abrigada, hay muy pocos lugares donde venden ropa, además lo que hay es de pésima calidad y bastante feo, es muy difícil comprar suéteres, casi no se consiguen y el dinero de la beca a duras penas alcanza para comprar comida. Si pueden, llévense botas, claro, aquí no van a encontrar botas forradas para resistir los 30 grados bajo cero que alcanza la temperatura en diciembre y enero, pero al menos estarán un poco más protegidos; allá les van a dar a las muchachas unas boticas cuando lleguen pero son de fieltro, horrorosas y cuando uno llega a un sitio con calefacción, la nieve acumulada se derrite y a uno se le mojan los pies, cuando sales de nuevo al frío, se te congelan y duelen de un modo que todavía no conocen y ojalá no conozcan. A los hombres les darán unos zapatos con algo de lana en el interior. De resto, todo bien, en el comedor se come bien aunque la comida es totalmente diferente. También pueden comprar y cocinar, hay cocinas colectivas en cada piso, bueno, no hay neveras pero en invierno uno mete las cosas que necesitan refrigeración en una mallita y las saca por la ventana y listo.” Me hice amiga de muchos de ellos y nos prometimos encontrarnos allá, obviamente iban a contar con mi amistad y apoyo incondicional.  Solidaridad se llama eso. Soy solidaria.
     Moscú, cualquier día de octubre de 1978. asamblea de la Juventud Comunista de Venezuela en la URSS. Yo era militante activa de la JC ¿cómo no serlo? Mi padre y mi madre fueron fundadores de la JC en Venezuela, mi abuelo había sido uno de los fundadores del PCV. ¡Vamos, que de casta le viene al galgo! Cuando empieza la reunión me entero del único punto del día a tratar: el anticomunismo de Tatiana. No tenía idea, aunque hoy en día podría explicarlo casi con lujo de detalles pero no es el objeto de estas líneas, digo, no tenía idea de cómo los jefes máximos de la JC allá, N y L, se habían enterado con pelos y señales de la reunión que sostuve con los muchachos pero así fue, me acusaron de antisoviética, de anticomunista, de traidora y no se de cuántos otros anti que hasta el sol de hoy viven en el léxico de los que se llaman socialistas. Gritaban a voz en cuello que todo lo que yo había dicho era falso, que yo no tenía ningún derecho a decir falsedades de la URSS, que me iban a sancionar y lindezas por el estilo. Yo en realidad estaba perpleja, no entendía nada; claro que ellos eran hombres y nunca necesitarían una toalla sanitaria, ni un juego de sombras pero papel higiénico si necesitaban y no existía, desodorantes también y tampoco existía ¿qué era aquello? ¿No me habían enseñado mis padres y mi familia materna que los camaradas eran solidarios, que un camarada merece que le des hasta tu cama si llega a tu casa, ni hablar de la comida, deja de comer y dásela a un camarada hambriento, que los camaradas son amigos, que uno podía confiar ciegamente en un camarada porque nunca sería traicionado, que los camaradas primero ofrendan su vida por la causa,  que la verdad por delante? ¿qué vaina era esa? Ingenuamente traté de justificarme alegando que lo que efectivamente yo había dicho en Caracas era verdad, que no había papel higiénico, que para las muchachas era horrible comprar paquetes y paquetes de algodón y forrarlos con servilletas para usarlos como toallas sanitarias, que la beca no le alcanzaba a nadie porque ellos mismos lo visitaban a uno al final de cada mes para tomar te con pan negro y mantequilla porque no tenían qué comer. Agradezco a Dios el rayo de luz que me llegó en algún momento de ese juicio sumario: mandé al carajo a los camaradas. Hasta el día de hoy sigue siendo la decisión más acertada que he tomado en toda mi vida. Sin que entonces le pudiera dar ese nombre, defendí mi libertad de opinión y la ejercí. Opté por ser libre, por decir lo que creo y actuar en consecuencia. Me sentí y hoy me siento fiel a los valores de lealtad, solidaridad y libertad que aprendí en mi hogar.
Atesoro la amistad de G. Una amistad nacida de la alegría de compartir vicisitudes para que nos fueran leves, de compartir música clásica y paseos por bosques de abedules, de compartir té y pan negro, pero sobre todo de compartir sueños y hacer lo posible por alcanzarlos. Mientras yo soñaba con graduarme y regresar para ayudar a mis hermanos a hacer estudios superiores, G. soñaba con ser director de orquesta pero le habían dado una beca para estudiar medicina en Moscú. Él no soñaba curar el cuerpo, deseaba llenar las almas con algo sublime: música. Y claro, cómo no intentar enmendar un error de otros. Comenzaron los paseos al Conservatorio, recinto sagrado, de fama mundial. Nos colábamos a los ensayos de los estudiantes. Aprendí a conocer la magia del momento en que cada músico afina su instrumento y se produce un concierto diferente, previo, pero concierto al fin.   G. iba y venía en sus ratos libres al Conservatorio. Sí se puede. Creo que lo voy a lograr. Sí se puede. Los sueños siempre se logran si uno los desea con el alma y trabaja para ello. El Universo conspira para que logres lo que te propones. Corría 1980. Había Olimpíadas en Moscú. No me importaban las Olimpíadas. ¡Qué manía loca de los seres humanos de demostrar que alguien es el más veloz del planeta o que puede matar a otro porque golpea más fuerte y de manera más certera! Yo quería venir a Venezuela a estar con los míos, a comer arepas. Adelanté exámenes, saqué las más altas notas y conseguí la visa de salida. Me vine a fines de junio. G. se quedó en su búsqueda.
     Cuando regresé el primero de septiembre, encontré una carta de G. Estaba en Venezuela pero yo no me había enterado porque nunca habíamos sentido la necesidad de decirnos dónde vivía cada quien o si había teléfono en la casa. G. Me pedía desesperadamente que fuera a la habitación en la que había vivido en Moscú, que buscara su guitarra, sus libros, sus fotos, sus discos, su cámara fotográfica, sus tesoros pues. Lo habían deportado. Una tarde cualquiera de aquel verano tocaron la puerta de su habitación y cuando él abrió le preguntaron por G. él dijo “soy yo”. “acompáñenos”. No supo quienes eran, por qué o a dónde lo llevaban. Llegó a un sitio que no conocía y lo condujeron a una celda extremadamente pequeña, oscura, sin ventilación. Allí estuvo una semana sin saber por qué, sin tener noción del día o de la noche. Cuando lo sacaron lo llevaron directamente al aeropuerto con destino a Caracas.
G. había estado ejerciendo su libertad de acción, de escoger cómo servir a la sociedad en la que vive, su libertad de cambiar.
     Fui invitada a viajar a Finlandia en enero de 1981. La invitación había sido hecha por unos diplomáticos de la India amigos de quien fuera mi novio por aquella época. La invitación decía textualmente que ellos se harían cargo de todos los gastos que ocasionaría el viaje, incluidos los boletos por tren. Sería un viaje de una semana. Valiéndome de mi excelente rendimiento estudiantil solicité adelantar  los exámenes de invierno y la visa de salida porque los estudiantes extranjeros en la URSS no podían viajar sin autorización del Estado. Me fue negada la visa. Los latinoamericanos podíamos corrompernos si viajábamos a Europa, podríamos caer en acciones de mercado negro en la URSS. Los únicos viajes permitidos eran al país de origen. Fue violentado mi derecho de libertad de tránsito.
     Todo lo anterior puedo resumirlo en pocas palabras: la imposición del pensamiento único y la hegemonía del poder son acciones que por instantes, en el devenir de la humanidad, son devastadoras: truncan vidas, obstaculizan sueños, impiden la alegría y la libertad solo que, como son ajenas a la esencia del Hombre, pasan, se desvanecen, se convierten en tristes episodios, vergonzosos episodios de la estupidez que puede llegar a ser colectiva en algunos lugares en que la gente se obnubila por circunstancias sociales, políticas o religiosas. Lo único realmente permanente es la Libertad.
     Lo único permanente en los seres humanos es la Libertad en todas sus manifestaciones. Mi padre salió libre y pudo ubicarse al poco tiempo en un trabajo serio que le permitió darle a la familia la vida que él soñaba. G. es un artista y hace una de las cosas más sublimes: enseña a otros. Yo he tenido hermosos cumpleaños y he viajado a donde he querido. Soy libre.

10 comentarios:

  1. Gracias por este regalo, Profe. Desde ahora (desde siempre, en realidad) soy tu fan incondicional. Qué oportuno y qué bonito, que tu experiencia vital gire en torno a la Libertad, así, con mayúscula, como era antes la norma escribir las palabras importantes, y no en torno a cualquier otro tema. Un abrazo muy fuerte! Que te traiga muchas satisfaccioens esta nueva andadura! ER

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  2. ¡Gracias por tus palabras! Y si, la Libertad es para mi uno de los valores más importantes de la vida,por eso empecé a publicar sobre ello.

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  3. Hermoso relato; de esos que te hacen que te preguntes en serio, si ACTUALMENTE HACES LO QUE AMAS. A usted SRA. LUGO mis respetos... usted ha permitido que otros disfrutemos de sus experiencias de vida que solo pueden nutrir el alma. ¡Que nadie te quite lo bailao!... (love you so much)...

    A.

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  4. que alegría ver tus escritos mi queridísima Tati... En especial, por que son relatos propios que además cuentan una historia que a muchos se les hará común y que esperemos le abra los ojos a otros... Felicidades y ahora a seguirte jijijijij...

    A.

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  5. Si, voy a seguirte, espero que pronto tengas una nueva entrada.

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  6. Excelente anécdota. Viva la libertad de ser, hacer y pensar cómo, cuándo, donde y lo qué queramos.

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  7. ¡Gracias por los comentarios! A mis queridas brujildas ;) y a Oscar, ¡bienvenido!

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    1. He suprimido un comentario sin querer,mil disculpas Tatiana, en todo caso, decía lo mucho que me había gustado este relato, y lo identificado que me siento con los valores que defiende, el de la libertad dundamentalmente, muy valiente muy hermoso.

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