Me llamo Tatiana pero bien pude
llamarme Libertad porque nací cuando terminaba 1958, el año más emblemático de
la libertad en Venezuela. La vida se ha encargado de ponerme siempre en
situaciones donde la libertad es la protagonista. La libertad en ámbitos
diferentes, la libertad con otros nombres.. Libertad solapada, apenas visible,
libertad que solo algunos pueden distinguir, libertad que solo algunos pueden
escoger, libertad que solo algunos pueden defender.
15 de diciembre de 1965 ¿cómo
olvidar ese día? Cumplía siete años. Tenía puesto un hermoso vestido anaranjado
con un pespunte blanco al frente; mi madre es una modista de altísima costura y
mejor ingenio para llenar de alegría con un estreno un día de cumpleaños porque ¿acaso necesita un niño
enterarse de las penurias de los padres? Bueno, tenía mi vestido anaranjado,
hermoso, nuevo, mi cadena de bautizo era el adorno. También había una torta
grande, como debe ser, de chocolate, cubierta de chocolate, rellena de
chocolate, como debe ser, y los invitados: Natasha, Isra y mi mamá con un
barrigón que apenas la dejaba caminar; ella tenía puesta una bata azul marino,
me acuerdo porque siempre me gustó el azul y me gustaba cuando ella se ponía
esa bata, se veía bonita. Esperábamos a mi papá. Vivíamos en El Palatino, en un
apartamento grande, acogedor; la mesa donde estaba la torta era de vidrio; estábamos todos alegres esperando a mi papá. En El Palatino
teníamos teléfono porque quedaba en una zona clase media, había comodidades que,
ahora lo sé, contrastaban con la economía precaria de esa familia que fuimos.
Había teléfono. Esperábamos a mi papá. No llegó. Sonó el teléfono: a Israel lo
pusieron preso.
Si alguien me preguntara hoy qué
pasó con la torta o si cantamos cumpleaños no sabría qué contestar, no lo
recuerdo ¿para qué? Siento solo la gran tristeza de la niñita con su vestido
nuevo y su cadena de bautizo esperando a su papá para picar la torta. Recuerdo
solamente la tribulación de mi mamá y los adultos que empezaron a llamar y a
llegar, las carreras, “hay que salir del apartamento, es del partido”, la
mudanza para un sótano, oscuro, húmedo, feo, encima unos días después mi mamá
se tuvo que ir a la maternidad porque Mimí decidió nacer antes de lo previsto.
Lo único luminoso en esa navidad fue que el bendito sótano quedaba cerquita de
la casa de mi abuela Sofía y ese siempre fue un remanso de paz al que uno
llegaba a diario para nutrirse. ¡Cómo amaba estar en esa casa!
Libertad de pensamiento. Así se
llama lo que acabo de contar. A mi papá lo encerraron para evitar que ejerciera
la libertad de pensamiento.
Un día de julio de 1978. Vacaciones
en Caracas después de dos años en Moscú. Al fin desayuno con arepas finitas y
aguacate ¡manjar de dioses! Pepsicola, necesitaba Pepsicola intravenosa porque
en Moscú no existía ningún tipo de refresco, pero lo más importante: abrazos,
afectos sinceros, alegrías, dos meses completicos con la gente a quien amaba
y me amaba, que me echaba de menos.
Mi mamá trabajaba en Cantaclaro,
atendía la Librería Progreso. Yo iba con ella algunos días a trabajar y ganaba
dinerito que gastaba en chucherías y pasajes. Un día la gente del PCV me
pidió que me reuniera con un grupo de
muchachos y muchachas que ese año viajaban a la URSS a estudiar; me pidieron que les
hablara de mi experiencia. Acepté con mucho gusto porque seríamos compañeros en
aquellas heladas tierras.
Eran como 20 muchachos. Todos estaban alegres y
expectantes. Conversamos de muchas cosas, todas con el mayor optimismo porque
soy una optimista incurable, soñadora dicen algunos, pendeja dicen otros.
Llegado el momento comencé a decirles lo que deberían llevar consigo para que
su vida, al menos durante los primeros días, fuera más amable. “Si alguno de
ustedes toca un instrumento musical, lléveselo, difícilmente podrá comprar
alguno allá, sobre todo si toca algo como un cuatro; a las muchachas que les
gusta maquillarse, llévense maquillaje, allá no venden nada de eso. Claro que
uno puede sobrevivir sin maquillarse o sin sacarse las cejas, sin lo que no
puede sobrevivir es sin toallas sanitarias y eso tampoco existe allá; bueno,
tampoco existe el desodorante, de ningún tipo, llévense varios potes, después
la familia podrá mandarles; ah, no cometan el error que cometí yo de irme sin
suéteres y ropa abrigada, hay muy pocos lugares donde venden ropa, además lo
que hay es de pésima calidad y bastante feo, es muy difícil comprar suéteres,
casi no se consiguen y el dinero de la beca a duras penas alcanza para comprar
comida. Si pueden, llévense botas, claro, aquí no van a encontrar botas
forradas para resistir los 30 grados bajo cero que alcanza la temperatura en
diciembre y enero, pero al menos estarán un poco más protegidos; allá les van a
dar a las muchachas unas boticas cuando lleguen pero son de fieltro, horrorosas
y cuando uno llega a un sitio con calefacción, la nieve acumulada se derrite y
a uno se le mojan los pies, cuando sales de nuevo al frío, se te congelan y
duelen de un modo que todavía no conocen y ojalá no conozcan. A los hombres les
darán unos zapatos con algo de lana en el interior. De resto, todo bien, en el
comedor se come bien aunque la comida es totalmente diferente. También pueden
comprar y cocinar, hay cocinas colectivas en cada piso, bueno, no hay neveras
pero en invierno uno mete las cosas que necesitan refrigeración en una mallita
y las saca por la ventana y listo.” Me hice amiga de muchos de ellos y nos
prometimos encontrarnos allá, obviamente iban a contar con mi amistad y apoyo
incondicional. Solidaridad se llama eso. Soy solidaria.
Moscú, cualquier día de octubre de
1978. asamblea de la Juventud Comunista de Venezuela en la URSS. Yo era
militante activa de la JC ¿cómo no serlo? Mi padre y mi madre fueron fundadores
de la JC en Venezuela, mi abuelo había sido uno de los fundadores del PCV. ¡Vamos, que de casta le viene al galgo! Cuando empieza la reunión me entero del único
punto del día a tratar: el anticomunismo de Tatiana. No tenía idea, aunque hoy
en día podría explicarlo casi con lujo de detalles pero no es el objeto de
estas líneas, digo, no tenía idea de cómo los jefes máximos de la JC allá, N y
L, se habían enterado con pelos y señales de la reunión que sostuve con los
muchachos pero así fue, me acusaron de antisoviética, de anticomunista, de
traidora y no se de cuántos otros anti que hasta el sol de hoy viven en el
léxico de los que se llaman socialistas. Gritaban a voz en cuello que todo lo
que yo había dicho era falso, que yo no tenía ningún derecho a decir falsedades
de la URSS, que me iban a sancionar y lindezas por el estilo. Yo en realidad
estaba perpleja, no entendía nada; claro que ellos eran hombres y nunca
necesitarían una toalla sanitaria, ni un juego de sombras pero papel higiénico
si necesitaban y no existía, desodorantes también y tampoco existía ¿qué era
aquello? ¿No me habían enseñado mis padres y mi familia materna que los
camaradas eran solidarios, que un camarada merece que le des hasta tu cama si
llega a tu casa, ni hablar de la comida, deja de comer y dásela a un camarada
hambriento, que los camaradas son amigos, que uno podía confiar ciegamente en
un camarada porque nunca sería traicionado, que los camaradas primero ofrendan
su vida por la causa, que la verdad por
delante? ¿qué vaina era esa? Ingenuamente traté de justificarme alegando que lo
que efectivamente yo había dicho en Caracas era verdad, que no había papel
higiénico, que para las muchachas era horrible comprar paquetes y paquetes de
algodón y forrarlos con servilletas para usarlos como toallas sanitarias, que
la beca no le alcanzaba a nadie porque ellos mismos lo visitaban a uno al final
de cada mes para tomar te con pan negro y mantequilla porque no tenían qué comer.
Agradezco a Dios el rayo de luz que me llegó en algún momento de ese juicio
sumario: mandé al carajo a los camaradas. Hasta el día de hoy sigue siendo la
decisión más acertada que he tomado en toda mi vida. Sin que entonces le
pudiera dar ese nombre, defendí mi libertad de opinión y la ejercí. Opté por
ser libre, por decir lo que creo y actuar en consecuencia. Me sentí y hoy me
siento fiel a los valores de lealtad, solidaridad y libertad que aprendí en mi
hogar.
Atesoro la amistad de G. Una
amistad nacida de la alegría de compartir vicisitudes para que nos fueran
leves, de compartir música clásica y paseos por bosques de abedules, de
compartir té y pan negro, pero sobre todo de compartir sueños y hacer lo
posible por alcanzarlos. Mientras yo soñaba con graduarme y regresar para
ayudar a mis hermanos a hacer estudios superiores, G. soñaba con ser director
de orquesta pero le habían dado una beca para estudiar medicina en Moscú. Él no
soñaba curar el cuerpo, deseaba llenar las almas con algo sublime: música. Y
claro, cómo no intentar enmendar un error de otros. Comenzaron los paseos al
Conservatorio, recinto sagrado, de fama mundial. Nos colábamos a los ensayos de
los estudiantes. Aprendí a conocer la magia del momento en que cada músico
afina su instrumento y se produce un concierto diferente, previo, pero
concierto al fin. G. iba y venía en sus ratos libres al Conservatorio. Sí se
puede. Creo que lo voy a lograr. Sí se puede. Los sueños siempre se logran si
uno los desea con el alma y trabaja para ello. El Universo conspira para que
logres lo que te propones. Corría 1980. Había Olimpíadas en Moscú. No me
importaban las Olimpíadas. ¡Qué manía loca de los seres humanos de demostrar
que alguien es el más veloz del planeta o que puede matar a otro porque golpea
más fuerte y de manera más certera! Yo quería venir a Venezuela a estar con los
míos, a comer arepas. Adelanté exámenes, saqué las más altas notas y conseguí
la visa de salida. Me vine a fines de junio. G. se quedó en su búsqueda.
Cuando regresé el primero de
septiembre, encontré una carta de G. Estaba en Venezuela pero yo no me había
enterado porque nunca habíamos sentido la necesidad de decirnos dónde vivía
cada quien o si había teléfono en la casa. G. Me pedía desesperadamente que
fuera a la habitación en la que había vivido en Moscú, que buscara su guitarra,
sus libros, sus fotos, sus discos, su cámara fotográfica, sus tesoros pues. Lo
habían deportado. Una tarde cualquiera de aquel verano tocaron la puerta de su
habitación y cuando él abrió le preguntaron por G. él dijo “soy yo”.
“acompáñenos”. No supo quienes eran, por qué o a dónde lo llevaban. Llegó a un
sitio que no conocía y lo condujeron a una celda extremadamente pequeña,
oscura, sin ventilación. Allí estuvo una semana sin saber por qué, sin tener
noción del día o de la noche. Cuando lo sacaron lo llevaron directamente al
aeropuerto con destino a Caracas.
G. había estado ejerciendo su
libertad de acción, de escoger cómo servir a la sociedad en la que vive, su
libertad de cambiar.
Fui invitada a viajar a Finlandia
en enero de 1981. La invitación había sido hecha por unos diplomáticos de la
India amigos de quien fuera mi novio por aquella época. La invitación decía
textualmente que ellos se harían cargo de todos los gastos que ocasionaría el
viaje, incluidos los boletos por tren. Sería un viaje de una semana. Valiéndome
de mi excelente rendimiento estudiantil solicité adelantar los exámenes de invierno y la visa de salida
porque los estudiantes extranjeros en la URSS no podían viajar sin autorización
del Estado. Me fue negada la visa. Los latinoamericanos podíamos corrompernos
si viajábamos a Europa, podríamos caer en acciones de mercado negro en la URSS.
Los únicos viajes permitidos eran al país de origen. Fue violentado mi derecho
de libertad de tránsito.
Todo lo anterior puedo resumirlo en
pocas palabras: la imposición del pensamiento único y la hegemonía del poder
son acciones que por instantes, en el devenir de la humanidad, son
devastadoras: truncan vidas, obstaculizan sueños, impiden la alegría y la
libertad solo que, como son ajenas a la esencia del Hombre, pasan, se
desvanecen, se convierten en tristes episodios, vergonzosos episodios de la
estupidez que puede llegar a ser colectiva en algunos lugares en que la gente
se obnubila por circunstancias sociales, políticas o religiosas. Lo único
realmente permanente es la Libertad.
Lo único permanente en los seres
humanos es la Libertad en todas sus manifestaciones. Mi padre salió libre y
pudo ubicarse al poco tiempo en un trabajo serio que le permitió darle a la
familia la vida que él soñaba. G. es un artista y hace una de las cosas más
sublimes: enseña a otros. Yo he tenido hermosos cumpleaños y he viajado a donde
he querido. Soy libre.
Gracias por este regalo, Profe. Desde ahora (desde siempre, en realidad) soy tu fan incondicional. Qué oportuno y qué bonito, que tu experiencia vital gire en torno a la Libertad, así, con mayúscula, como era antes la norma escribir las palabras importantes, y no en torno a cualquier otro tema. Un abrazo muy fuerte! Que te traiga muchas satisfaccioens esta nueva andadura! ER
ResponderEliminar¡Gracias por tus palabras! Y si, la Libertad es para mi uno de los valores más importantes de la vida,por eso empecé a publicar sobre ello.
ResponderEliminarHermoso relato; de esos que te hacen que te preguntes en serio, si ACTUALMENTE HACES LO QUE AMAS. A usted SRA. LUGO mis respetos... usted ha permitido que otros disfrutemos de sus experiencias de vida que solo pueden nutrir el alma. ¡Que nadie te quite lo bailao!... (love you so much)...
ResponderEliminarA.
que alegría ver tus escritos mi queridísima Tati... En especial, por que son relatos propios que además cuentan una historia que a muchos se les hará común y que esperemos le abra los ojos a otros... Felicidades y ahora a seguirte jijijijij...
ResponderEliminarA.
Si, voy a seguirte, espero que pronto tengas una nueva entrada.
ResponderEliminarExcelente anécdota. Viva la libertad de ser, hacer y pensar cómo, cuándo, donde y lo qué queramos.
ResponderEliminar¡Gracias por los comentarios! A mis queridas brujildas ;) y a Oscar, ¡bienvenido!
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHe suprimido un comentario sin querer,mil disculpas Tatiana, en todo caso, decía lo mucho que me había gustado este relato, y lo identificado que me siento con los valores que defiende, el de la libertad dundamentalmente, muy valiente muy hermoso.
EliminarGracias, Alfonso. Saludos.
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